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Reunión familiar. Almuerzo. Mesa rectangular con sus participantes. Tíos, tías, hermano, hermanas. Hijos, hijas sobrinos.
Sentado erguido, esperando a que comenzara la comida. El tío mayor. El más severo. El dueño de la casa. Mi tío.
Tenía una mirada severamente conciliadora. Sentado al final de la mesa, pecho hinchado, corte de pelo autoritario y orgulloso, esperando que su mujer, mi tía, ponga el último plato de arroz en la mesa.
Los demás participantes continúan con su familiar cacofonía, risas, gritos infantiles, cubiertos y vasos. Conversaciones sin trillar ni orillar.
Observo que mi tío, después de ver a mi tía sentarse, endereza aún más el pecho, avanza hasta la fuente y toma su porción. Y oficializa el inicio de la comida. Y comienza un soplo mandibular.
En un mome...