Pese a la fama de quienes tenemos alguna edad de dar consejos no solicitados, estoy absolutamente en contra de hacerlo. Primero, porque nos creemos técnicos y expertos en todo y no lo somos en nada. Acumulamos experiencias positivas, negativas o neutras y a veces la solución que encontramos no tiene nada que ver con el problema actual porque las condiciones y personalidades son diferentes. Aconsejar entonces no servirá para nada sino para masajearnos el ego y sentirnos útiles. Además, la mayor parte de las veces podemos contar con que seguramente los aconsejados no nos harán caso e igual van a terminar haciendo lo que les dé la gana.
He recibido consejos de todo el mundo, toda la vida, solicitados o no, porque he tomado decisiones radicales como cambiar de trabajo, de familia, de país, de amigos, y les puedo decir que a favor y en contra de esas decisiones han estado mitad a favor y mitad en contra, otros amigos, conocidos y familiares. En el resultado final, favorable o desfavorable influyeron variables que era prácticamente imposible que tomasen en cuenta.
Una de las decisiones más suaves que tomé fue cuando decidí pintarme el pelo cortísimo de rojo brillante. Yo soy “morenita” y me veía por lo menos llamativa. Pues mis amigos se dividieron de la manera más espectacular y extraña. A todas las mujeres les pareció horroroso, y a todos los hombres genial. A mí me pareció la división de pareceres, cómica y disfruté del cruce de opiniones unos seis meses, cuando me fastidié y me pasé al discreto marrón chocolate.
Hay decisiones más serias en la vida de nuestros amigos, parejas, familias, relacionados, alumnos y lectores, pero no pienso darle a nadie mi parecer sobre ellas- ni que sean hijos míos- a menos que me lo pidan encarecidamente. Estoy segura, inclusive si el consejo es solicitado, que terminarán haciendo lo que les dé la gana y si al final lo siguen y les saliera mal, sólo serviría para tener a quien echarle la culpa. A mí.