Segundo round
Esto fue en una tarde. Ya casi oscurecía. Para cortar camino se me ocurrió meterme por una calleja que sube desde la avenida Bolívar. Cuando iba a mitad de cuadra se escuchó el ruido de una moto que llegaba a la esquina. Con el tiempo uno aprende a distinguir cuando andan dos sujetos en una moto, por el esfuerzo que hace el motor. Volteé en dirección a la esquina: eran dos sujetos. Ya casi iban a pasar de largo cuando me vieron y se regresaron.
Se detuvieron a mi lado. Uno de ellos (el que iba en la parte de atrás), asomó apenas una automática, reluciente. Pero el de adelante fue el que habló: “dame el Samsung”. (Es lo de moda para la época, pero yo sólo tengo un ZTE.) El hombre ve el teléfono que le entrego y me pregunta si no tengo algo más. Me avergonzó tener que admitirlo: no, es el único que tengo. En ese momento el de atrás habló, mirándome:
– ¿Tú no eres el hermano de Cristian?
El de adelante también me miró. Un largo silencio se prolongó. Yo dudaba qué decir. Si Cristian era un amigo de ellos, yo estaba salvado, diciendo que sí era el hermano. Pero si Cristian era un enemigo: adiós luz que te apagaste. Ambos me miraban, esperando.
Tantas preguntas en tantos exámenes de la universidad, tantas filosofías, tantos profesores a los que había dejado sin argumentos, tantos silogismos… y vienen dos delincuentes motorizados a plantearme la pregunta: no tenía respuesta esa cuestión: ¿quién soy? O mejor: ¿quién debería ser? Ayúdame, San Aristóteles. Espíritu de Jean Paul Sartre, manifiéstate.
En eso pasó un carro. El de atrás escondió el arma. El de adelante se amoscó. Me dijo que me perdiera. Comencé a caminar. Trataron de encender la moto, pero no arrancaba. Inconscientemente volteé. El de adelante me llamó. Me tocaba empujar la moto. Por fin arrancó. Dieron un rodeo, y se regresaron por la misma calle. Cuando me pasaron por el lado escuché que el de atrás decía: “yo creo que sí era el hermano de Cristian”.
Epílogo
Mis encuentros con el hampa han estado investidos de un aura cuasi metafísica: parece que lo único que les interesa a estos delincuentes no son mis bienes ni mi dinero, sino plantearme problemas filosóficos totalmente insolubles, procurándome un estado de zozobra intelectual que aún hoy perdura.
Postdata: si conocen a Cristian, le dan mis saludos, y a la madre que lo parió.