Gente que Cuenta

Cuando llega el gas al barrio, por Victorino Muñoz

Cuando llega el gas Atril press

El asunto comienza desde muy temprano. Ya el día anterior han enviado el mensaje: mañana llega el camión. A las cinco de la mañana, se deja escuchar el rumor de las conversaciones y el sonido de las carruchas, carretillas y diversos dispositivos que los vecinos improvisan para transportar varios cilindros.

Me recuerda cuando éramos jóvenes y todavía existía la costumbre de ir a misa de gallo en navidad. Algo así se palpa en el aire. La alegría se desborda y la camaradería aflora. Las vecinas chismosas que ayer no se hablaban, hoy se ayudan acarreando una bombona pesada.

Hasta el Catire, el perro de la cuadra, anda alborotado, de aquí para allá, supervisando el proceso. Se para a escuchar una conversación, luego se arrima a los que hacen conciliábulo en la esquina. Parece el anfitrión de una fiesta, que tuviera que inquirir por la comodidad de los invitados.

Y allí estamos. Con nuestra larga fila de monolitos de metal. La calle está cerrada por ello. Los que no son de por allí se quejan de que no tienen por donde circular. No les prestamos atención, para que no se nos empañe nuestra felicidad.

Por allá viene un vecino que no puede con el cilindro y lo pone a rodar por la bajada. Pero se pierde el control y se golpea contra los costados de la acera. Debe ser terrible eso de que a uno lo arrolle una bombona de gas sin freno. Tal vez no te mata, pero mínimo te parte una canilla.

Cuando llega el camión, varios hombres ayudan a subir los recipientes. En realidad no hace falta que estemos allí. No hacemos más que ver. Pero nos aseguramos de que no se va a perder una de nuestras más valiosas posesiones: la que nos permite hacer el fuego eterno que nos legó Prometeo.

Nunca falta el vecino que se retrasa. Da miles de excusas, explicando por qué no pudo salir antes. Pero ya no hay qué hacer. El camión se ha ido, con las bombonas golpeando, como si fueran las campanas del pueblo el día de las fiestas patronales.

Luego viene la espera. A lo sumo, se demoran de tres a cuatro horas en llenar y volver. Algunas personas permanecen en la esquina, por si acaso. O porque no tienen nada en qué ocupar su existencia.

La algarabía es mayor cuando regresa el vehículo, con los cilindros ahora cargados. Más manos intervienen para ayudar a bajarlos. Las sonrisas se notan en los rostros, pensando que sí tendrán con qué cocinar.

Claro que nunca falta el vejete chistoso o el cascarrabias, o ambas cosas, que nos baja de la nube, diciendo:

– Ahora nada más nos falta la comida.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y Página Roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
rvictorino27@hotmail.com
Twitter:@soyvictorinox
Foto Geczain Tovar

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