En mi niñez, en mi barrio, en mi ciudad natal no se jugaba fútbol sino béisbol. Los partidos de la liga profesional se escuchaban por radio. Nuestros ídolos eran Carrasquelito, los Davalillo, Vento, Finol, Camaleón, Tovar y un prolongado etcétera.
Presencié mi primer partido de béisbol profesional durante un viaje que hice con mi tío Jesús, Chuíto le decía yo, por el llano venezolano de Cumaná a Puerto Cabello.
Llegamos a Valencia en la tarde y esa noche de 1958, en el estadio José Bernardo Pérez asistimos al encuentro, cuando todavía el equipo era Industriales de Valencia y Magallanes aún no se había mudado a esa ciudad. Esa noche mi equipo los Leones de Caracas derrotó en su patio a los Industriales de Valencia. Mi alegría no tenía límites.
En Mérida durante mis estudios universitarios se diluyó mi pasión beisbolera por la imposibilidad de escuchar los partidos por radio; nos conformábamos con ver los resultados al otro día en la prensa.
Más tarde me interesé por el fútbol, ¿quién no? Si en la ciudad había dos equipos. Primero Estudiantes de Mérida y luego ULA Mérida fútbol club, el equipo de la universidad. Por supuesto que participaban en los torneos internacionales como la Copa Libertadores o la Copa América, y la selección en las eliminatorias del mundial sin resultados que nos alegraran.
Y vino la época de Richard Páez, merideño, médico, egresado de nuestra universidad, traumatólogo y futbolista quien tomó las riendas del equipo nacional y empezó a ganar partidos en las eliminatorias del mundial, cuando ya no teníamos oportunidad de ir a ese encuentro de selecciones nacionales. Era como ganar batallas cuando ya la guerra se había perdido.
La vida continuó y en la siguiente eliminatorias la selección Vinotinto siguió con buen rendimiento y le tocó jugar en Puerto La Cruz con el equipo chileno, coincidiendo con mis vacaciones en esa ciudad, así que fui a parar al estadio esa noche.
La selección venezolana estuvo ganando hasta los minutos finales del partido, cuando Chile empató y volteó la tortilla, El amarguísimo sabor de esa derrota, cuyo triunfo saboreé durante más de 40 minutos, lo tenía indeleble en mi corazón, hasta la noche del martes con la victoria contra Chile 3 a 0.
A propósito, después del empate agónico en Brasil con un gol de antología, un tiktoker escribió que era el día más feliz de su vida. Me acordé de esa noche.
Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
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