Gente que Cuenta

Despertares – Luis Alfonzo

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Cortado con el cuchillo de cocina del Dada a través de la última cerveza de la época de cultura del Weimar
Hannah Höch, 1919.

Todo el que creció en la Venezuela de los años sesenta, estuvo inmerso en el universo de las telenovelas, las cuales constituían la columna vertebral de la programación de los pocos canales disponibles. Invariablemente, la frase “¿Dónde estoy?” acompañaba al despertar de la inconsciencia, momentánea o prolongada, dependiendo de las necesidades del libreto, de un personaje que habiendo sido víctima de un traumatismo, o quizá de un hechizo maléfico, regresaba del más allá tratando de retomar el hilo dramático de su vida.

La frase en cuestión refleja el complejo proceso de retomar el contacto con el mundo circundante, identificando sitios, personas y momentos, confrontándolos con los registros en la memoria, para al final, producir una respuesta que conocemos como orientación y que nos permite saber quiénes somos, dónde, cuándo y con quien estamos.

Los migrantes al cambiar de escenario, dependiendo de las circunstancias mas o menos traumáticas, accedemos de manera paulatina a este despertar de la conciencia y tratamos de hacer coincidir las señales del medio ambiente nuevo, con nuestras memorias, para reconocer el entorno en el que estamos. Este reconocimiento implica un complejo proceso en el que intervienen elementos relativos a nuestra capacidad de percibir el mundo, pensar y emitir juicios sobre ello y por supuesto también, las emociones que la situación genera.

Solemos reconocer a personas extrañas, porque se parecen o nos recuerdan a alguien conocido. También podemos tener la sensación de haber estado anteriormente en un sitio que visitamos por primera vez. Eso le pasa a la gente que va a Nueva York.

De manera análoga a quienes sufren la amputación de un miembro, que experimentan durante un tiempo, sensaciones en el miembro ausente, lo cual se conoce como el “miembro fantasma”, o quienes han perdido recientemente a un ser querido, los migrantes luchan por tratar de conciliar lo que están viendo y sintiendo, con lo que quieren ver y sentir, en ese proceso de conciliación con lo perdido. Es una tarea complicada y en no pocas ocasiones, imposible de resolver, haciendo más difícil la adaptación a la nueva situación.

En la acelerada dinámica que nos toca vivir, con escenarios espaciales y temporales, rápidamente cambiantes, la realidad tiene un carácter caleidoscópico, que contribuye de manera significativa, a incrementar el monto de estrés con el que debemos lidiar cotidianamente los que nos vemos en la necesidad, deseada o forzada, de migrar. Ante ello, como quien atraviesa un temporal, siempre es bueno tratar de encontrar un ancla, hasta que cese la tormenta, bajo la premisa de que siempre llueve y escampa.

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