No se trata precisamente de un diálogo Socrático.
Pero creo que sí cumple con el concepto fundamental de su metodología: establecer una conversación entre dos o más personas en la cual los participantes son forzados a actuar y pensar críticamente.
En este vigoroso intercambio, los protagonistas se presentan en el terreno de juego dispuestos a servirnos sus mejores ideas en movimiento.
Los argumentos deben ser ágiles y precisos.
Sus intenciones deben llegar a rincones inaccesibles de la psique y del terreno.
Los mejores contrincantes, juegan al desconcierto y, en el momento adecuado, sacan la carta del factor sorpresa.
El caldeado intercambio produce emociones en los expositores.
Duda, frustración y la más peligrosa, el triunfalismo.
Como una vez le escuché decir a un fanático, no hay nada más difícil de ganar que un juego ganado.
Al final triunfa el que haya sabido mantener la calma en los momentos más tensos, el que no se haya engolosinado con el triunfo prematuro, el que haya desplegado en la cancha la mejor propuesta técnica con la mayor caballerosidad y elegancia. El intercambio termina con un respetuoso apretón de manos.
Creo que lo anterior responde a la pregunta que me hizo mi nieto de siete años, cuando le negué su sagrado derecho de ver dibujos animados porque yo estaba viendo un partido de tenis.
Tomás inquirió con curiosidad:
– Nana, ¿por qué te gusta tanto el tenis?
Pues tuve que pensarlo y he aquí mi pequeño homenaje al deporte, el cual creo que, como las artes, eleva el espíritu de superación del ser humano. Por algo el lema de las olimpíadas es: Citius, Altius, Fortius.
Algún día Tomás entenderá mi disertación anterior y, en recompensa por su generosidad al sacrificar sus muñequitos por ver conmigo mi deporte favorito, cuando sea más grande lo llevaré a ver un partido importante, Wimbledon tal vez.
Lo prometo.
Pero, por ahora, respondí a su pregunta simplemente diciendo:
- ¡Porque es divertido!