Gente que Cuenta

La entrevista perdida, por José Manuel Peláez

Pablo Picasso Atril press
Pablo Picasso,
Minotauro transporta una yegua y un potro, c. 1936

Había una vez un tiempo en que la entrevista era un arte. Un tiempo en que entrevistado y entrevistador practicaban un elegante, pero peligroso, esgrima mental. Eso fue antes de que ambas partes acordaran términos inconfesables para que “pareciera que te acoso, pero no… y tú pareciera que te defiendes, pero tampoco”. Hoy en día la entrevista se ha convertido en una de esas coreografías de artes marciales de antiguas películas chinas en las que un combate no pasa de ser una danza con aullidos.

Esto venía yo pensando a la salida de un conversatorio — sucedáneo edulcorado de una mezcla entre entrevista y conversación — acerca de “la necesidad de tomar conciencia del propio espacio” en la que todos los invitados habían sido falsamente irrespetuosos entre ellos, antes de abrazarse al final. Preferí tomar algo solo para respetar mi propio espacio. En eso se presentó Manolo y, contra su costumbre, no esperó a que yo me le acercara, sino que tomó la iniciativa; vino y, suspicaz, me aclaró:

  • Si prefieres estar solo, no tienes más que decirlo.
  • ¿Te hubiera gustado ser entrevistador? — fue mi respuesta.
  • Sólo si me dejaran escoger a los invitados… si no hubiera ninguna censura… y ninguna línea editorial que seguir.

Ante esta avalancha de condiciones, estaba claro que Manolo nunca iba a pertenecer al gremio de Walter Cronkite, Joaquín Soler Serrano o el Loco de la Colina. Aún así, quise seguir un rumbo hipotético más allá del supuesto negado de que mi amigo fuera un entrevistador de los de “había una vez”

  • Si tuvieras una sola oportunidad ¿a quién sentarías delante de tí para entrevistarle?

La respuesta no fue inmediata. Eso me animó. Lograr que Manolo no tuviera una respuesta lista a replicar cualquier pregunta o duda que yo le arrojara a la cara como un guante me hizo pensar que ya había logrado un pequeño triunfo. Cuando pedí el segundo trago, Manolo habló.

  • Al Minotauro… al Minotauro de Creta. A ese me gustaría entrevistar.

Manolo querría hacer la entrevista en medio del Laberinto, donde apenas pudiera ver el fuego en los ojos de la Bestia y los remolinos de sus bufidos. Le gustaría preguntarle si lo de devorar 14 jóvenes cada año le había librado de la soledad y la desesperanza. Quería saber si el Minotauro leía y, en ese caso, saber lo que opinaba de lo que Borges o Cortázar habían escrito sobre él. Pero lo que más le interesaba saber a Manolo era si él y el Minotauro podían verse como hermanos de desgracia. Si podían compartir la desdicha de ser diferentes a tal grado que despertaban el recelo, el miedo o el temor en los otros. Le intrigaba a Manolo la forma en que El Minotauro sobrevivía en un laberinto sin buscar la salida y constantemente amenazado porque el día menos pensado aparecería la muerte en forma de hombre.

En resumen, Manolo quería saber si dentro del Minotauro habitaba un Manolo de la misma forma que dentro de Manolo habita un Minotauro.

Supongo que, si esa entrevista se hubiera podido dar, hoy estaría en el mundo de las entrevistas perdidas.

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José Manuel Peláez
Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com

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