
Pierre-Auguste Renoir
1889
Eran dos hermanas gemelas muy queridas. Lindas, inteligentes ambas. A pesar de que tenían valores muy parecidos, una se inclinaba para las ciencias y la otra para las artes. María era la futura científica, aún no se sabía si seria para las matemáticas o la física, o si optaría por las ciencias de la vida. Joana, en cambio, mostraba una inclinación más definida por las artes escénicas. Llegaba a ser histriónica, y era muy atractiva.
Miguel las conocía desde joven, pero como partió al exterior por sus estudios, solo retomó contacto con ellas a eso de sus 25 años y se enamoró perdidamente de Joana, la histriónica. Se casaron y fueron felices hasta que a ella le sobrevino un tumor cerebral y apenas un trasplante de cerebro la salvaría. Por esos días María, la hermana científica tuvo un accidente gravísimo y los médicos la desahuciaron, pero su cerebro podría ser la solución para Joana.
Los padres de los jóvenes, deseosos de salvar por lo menos una hija, decidieron por el trasplante sin consultarlo con Miguel a quien, cuando supo de la operación, le hicieron creer que sería un esfuerzo para eliminar el tumor.
Meses más tarde, con María ya enterrada, Joana se recuperaba y a Miguel su mujer le resultaba cada vez más parecida con María y menos con Joana. Eran idénticas, pero no en sus intereses. Miguel se encontraba ahora viviendo con Joana, que, con el cerebro de María, le rehusaba aproximaciones de corte más afectivo. Después de todo, María, aunque en el cuerpo de Joana, veía en Miguel al marido de su hermana.
Con el tiempo las cosas se fueron acomodando en la nueva pareja. Miguel extrañaba que Joana hubiera perdido interés en las artes escénicas y se interesase más en las ciencias, al punto de alejarse de los amigos artistas de antaño. Pero como Joana comenzó a disfrutar del cuerpo de Miguel, este dejó de extrañarse y nunca supo del cambiazo.

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