No eran solamente los cerdos los que sufrían los rigores de la ley. En 1341, por ejemplo, murió un hombre que había sido corneado por un toro. El animal fue arrestado, encerrado en una cárcel, y luego de ser juzgado se le sentenció a morir en la horca. Aquí cabría la siguiente pregunta: ¿Cómo hacían para ahorcar a un toro? Esta pregunta no es aclarada por el cronista medieval. En 1639, un caballo fue condenado a muerte y en 1694 el tribunal superior de la provincia de Aix sentenció una yegua a morir en la hoguera. Esta última, según parece, estaba considerada como un ser endemoniado y la pena para este delito era la muerte en las llamas. En ambos casos citados anteriormente, el tribunal contó con el asesoramiento de la iglesia pues las situaciones donde intervenían agentes del infierno eran de la incumbencia eclesiástica.
Las autoridades religiosas también eran llamadas a intervenir en casos contra roedores e insectos, pues debido a lo difícil que era capturarlos en gran número, las mentes medievales consideraban que allí donde el brazo de la justicia no podía alcanzar, llegaría sin duda el poder de la Iglesia con sus anatemas y excomuniones. En esta forma una vez que los insectos y roedores eran considerados culpables, se fulminaban desde los pulpitos tremendas maldiciones y anatemas contra todo el resto de las especies.