“Ser es un riesgo… parecer es un arte” me repite innumerables veces Manolo, ese amigo filósofo que todos tenemos y que nos acompaña como aquellos portadores de la corona de laurel que, al lado de los héroes a su entrada triunfal en Roma, le musitaban al oído lo baladí de la gloria y lo conveniente de guardarse la soberbia en el bolsillo de atrás.
No importa el tema del que estemos hablando, tarde o temprano Manolo aterriza en su insistente alarma ante un mundo que ha elegido el “parecer” por encima del “ser”. Yo le comprendo y simpatizo con él, pero no logro angustiarme con la intensidad que él espera. Seguramente yo he decidido dar otras batallas y Manolo sigue empeñado en una que yo di por perdida. Sé que vivimos una época en la que las apariencias han sustituido a la verdad. No me gusta, pero me niego a vivir la tragedia de Manolo que no puede escuchar a un político, ni relacionarse con un semejante, ni leer una noticia sin que se le dispare la trampilla mortal de que le están engañando. No tengo yo el talante fatal de Manolo, aunque él tenga la verdad.
Y Manolo se empeña en “ser” siempre y en abofetear al prójimo con las crudezas que éste desearía no conocer. Según Manolo, nuestra vida es una ilusión, nada en lo que creemos es cierto, son puras apariencias: nunca sabremos la verdadera razón de una guerra, ni las palabras de amor son amor, ni tiene ningún interés para nadie saber que has descubierto un nuevo local de pizzas… en fin, que tú no “eres”.
A fuerza de empeño, Manolo ha logrado convertirse en un cínico que se propuso un proyecto para la creación de una Escuela de Apariencias en donde se aprenda a “parecer” con las técnicas más avanzadas; para aparentar ser inteligente, solo usar palabras que los demás —y preferiblemente tú mismo— no entiendan; para aparentar ser amoroso, prolongar los abrazos lo más posible (excepto en tiempos de pandemia) como si la separación supusiera el corte de tu cordón umbilical; para aparentar interés, clases de expresión facial con destacados mimos, etc.
Al final, Manolo se quedó solo porque su proyecto ni progresó ni hizo reír a nadie.
A veces quiero decirle que es muy posible que toda su rabia, que toda su inconformidad y que todas sus campañas quizás no tengan que ver con el amor a la verdad, y sólo sean la “apariencia” de otras razones menos sublimes.
Pero no lo hago: no sé si soy su amigo o solo aparento serlo.