Me cuentan que pasó exactamente como yo se los voy a contar. Hubo en Cumaná un barbero. Este barbero sabía de todo un poco. Su mujer Honorina no era bonita, tampoco era fea. De vez en cuando el barbero y Honorina se sentaban en el porche de la casa a agarrar fresco, digámoslo así. El barbero tenía una botella de ron guardada en una alacena y cada tarde del sábado se echaba un palo, pero solo los sábados. La mujer del barbero, Honorina, no tomaba, solo lo hacía él. Así, pasaron cuarenta años y otro poquito.
Una tarde después de volver del cine Pichincha, el barbero murió. Su mujer, Honorina, lo lloró como debe llorarse a un marido que ha sido bueno cuarenta años y otro poquito. Velaron al barbero. Honorina estaba triste. El siguiente sábado después de la muerte del barbero, Honorina abrió la alacena para echarse un palo. Y al destapar la botella solo por el olor supo que el barbero, su marido, no bebía ron.