Gente que Cuenta

El bote del viejo,
por Getulio Bastardo

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Hailey E Herrera,
Canción de cuna costera, s/f

Nadie sabía su nombre, venía de una costa de aguas cristalinas y arena blanca del otro lado del golfo. El sol inclemente le había envejecido prematuramente la piel.

Los surcos de la cara, los brazos y la espalda eran profundos, producto de la costumbre de hacer sus faenas en tierra a pleno sol con el torso descubierto. Tendría unos sesenta y cinco años, claro se veía de más edad. Sin embargo lucía fuerte.

Un día llegó solitario y se quedó́. Se construyó una choza precaria de paredes y techos de palma de coco seco entramada, con piso de tierra dura.

No tenía amigos ni compañeros de pesca, pescaba solo y para él.

Salía a pescar a medianoche. Al repuntar el alba ya estaba de regreso en su rancho. Antes de llegar a casa pasaba por la tienda del pueblo a vender su pesca y hacerse de víveres. Esa vez también llevó cervezas.

En las tardes se le veía sentado en los bancos de arena mirando el poniente. Cualquiera pensaría que disfrutaba del crepúsculo multicolor que adornaba el golfo a esa hora.
Nunca se le vio en el bar del pueblo, donde los fines de semana, además de cervezas y ron, también se conseguían damas de compañía.

No le gustaba hablar de su pasado y cuando alguien le preguntó le demostró su disgusto dándole la espalda y negándole el saludo para siempre. Su breve historia comenzó el día que llegó a esa costa con su bote, su historia de soledad y su fama de hombre huraño y decidió quedarse. Ya nada le ataba al pueblo donde nació, creció, hizo una familia y se desilusionó.
Los surcos de su alma eran más profundos que los de su piel.

Creyó ser el sol alrededor del cual gravitaban su mujer y sus hijos. No fue así. Solo era un padre más, que fácilmente fue desplazado y suplantado, y allí fue cuando decidió irse para donde fuera y estar solo. Eso comentó una vez que se tomó unas cervezas recién llegado. Desde entonces no lo habían vuelto a ver tomando ni hablando.

En algún momento pensó que sus hijos lo buscarían, y al no ocurrir, aumentó su sensación de soledad y tristeza.

Una madrugada salió más temprano que de costumbre y no regresó.

Su pequeña embarcación fue encontrada varada cerca del puerto de donde partió la primera vez, sin anclas, ni soga, ni timón ni timonel. Allí había ido a recalar después de 365 días exactos.

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Getulio Bastardo
Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
getuliobastardo@yahoo.com.mx

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