
José ríe con inocente ironía porque, a pesar de que un poco más arriba de la casa de puerta azul ha estado en dos o tres ocasiones, no se hubiera imaginado que allí, precisamente allí, es a donde ha venido a dar.
Toca la puerta con inusual decisión, tratándose de lo que José fue a buscar para allá. A esa hora La Pastora ya empieza a dormir igualito. José no sabe qué hace exactamente ahí, o mejor dicho, sí sabe pero incluso ante él mismo pretende disimular.
Una muchacha excesivamente buenamoza le abre la puerta azul y lo toma con dulzura por la mano y lo hace pasar a la casa. José siente que su cara está roja. Como médico que es conoce la sintomatología de “las vanidades corporales”.
Diez minutos después está saboreando los deleites de un cuerpo femenino y su maletín, su sombrero y su traje negro están ordenada y decorosamente puestos sobre una enorme silla de caoba.

chuomago@gmail.com