Me inscribí en una tarde fría, en la oficina de una de las escuelas del pueblo. La profesora me preguntó si sabía leer y escribir . Le dije que sí, me hizo llenar un planilla y me dio el horario del ” inicial” de catalán.
Tenía la misma excitación de cuando escogí francés como idioma extranjero. Como mis amigos aprendían inglés por necesidad, mi escogencia parecía exótica pero me tenían cautivada el sonido y la poesía del francés.
Desde entonces me he matriculado en unas cuantas clases de idiomas por impulso. Chino porque aprendía caligrafía y taoísmo, japonés porque ya que estaba en chino…inglés porque ¿ quién estudia literatura inglesa y no sabe inglés? ¡Que horror! Y así.
Esta vez no había nada de eso, en apariencia el puro interés por integrarse de la diáspora.
Y entonces los vi y comencé a comprender porqué había llegado allí. A mí lado se sentaba una rusa con larguísimas trenzas falsas de colores, a quien le parecían de verano los días helados de invierno y ansiaba volver a sus nieves; unas niñas árabes, con y sin velo, preocupadas por sus ” ayunos pendientes ” del Ramadán – no sabía que se podía hacer eso- , varios negros africanos de grandes ojos que se quedaban dormidos en clase porque trabajaban más de 12 horas diarias, una salvadoreña y una hondureña que también hacían trabajo esclavo cuidando ancianas , dos hindúes, dos brasileños, un argentino y yo, que ni llevaba velo, ni iba a la iglesia y que a la hora de describir los días festivos de mi patria, contaba las navidades rumberas de Caracas con el whisky and coca cola y el ron como tragos preferidos .
Todos hablábamos de nuestras cosas en catalán machucado bajo la mirada de la profesora, que nos ponía al día en la historia guerrera de su país.
Ahora, gracias a esas clases comprendo mejor lo cómico, lo trágico y lo ancestral.
Nuestros centenares de festivos y “puentes” , la pasión por la fiesta con baile, la noción de lo trágico, las desconfianzas instintivas, los tabúes, las maldades. Qué necesarias son para mí las clases de catalán!