El grito en el cielo, por Luli Delgado

En estos tumultuosos tiempos no nos ha quedado más remedio que aprender a vivir con la capacidad de sorpresa en constante renovación.

No estoy muy segura de que estemos al tanto de que vivimos en el medio de un huracán que no se sabe ni dónde, ni cuándo, ni cómo, ni nada, y siempre con la sensación de que tenemos que echar a correr, solo que no sabemos en qué dirección.

Confieso que a pesar de no saber mucho de nada y de asumir que es y que será siempre así, el otro día vi una noticia que me sacudió. Resulta que ahora se están desarrollando mecanismos vía inteligencia artificial para leer los pensamientos.

Pero ¿cómo se van a meter con los pensamientos, si es el último escondite que tenemos?

Yo por allá por mis días de universidad me enteré de que el primero de los cinco axiomas de Paul Watzlawick, un estudioso de la conducta humana, era que no se puede no comunicar, es decir, que, mientras estés vivo, aunque te quedes hierático como una estatua de yeso, de todas formas estás comunicando. Algo así fue lo que yo entendí.

Más adelante me topé con el lenguaje corporal, que delata lo que puedes estar sintiendo y, junto con el polígrafo detectar si estás diciendo una mentira. Sin embargo, ambas cosas ya necesitan un poco más de elaboración, aún cuando lo más básico, una pelada de ojos de tu mamá, por ejemplo, es algo que se aprende en la infancia.

Hasta ahí está bien, pero que te lean el pensamiento ya es como mucho.

Creo que una vez les conté que mi abuela opinaba enfática que Dios, en su infinita sabiduría, nos había preservado de leerle el pensamiento a los demás, y por eso cada vez que no estaba de acuerdo con algo le bastaba con decir: “Dios sabe lo que hace”, porque del resto de su teoría ya todos estábamos al tanto.

Entre la neurotecnología y las interfases cerebro máquina, ya lograron leerle el pensamiento de personas incapacitadas de expresarlo, pero leí que ahora hay un nuevo procedimiento, el decodificador semántico, capaz de crear secuencias de palabras que interpretan el sentido del pensamiento. Probablemente no lo he explicado claro, pero por ahí va la cosa.

Mi susto viene de que los que sí entienden, como por ejemplo el científico Rafael Yuste, ya están trabajando en los neuroderechos fundamentales de las personas. ¿Se imaginan que terminemos en la necesidad de declarar “me acojo a mi neuroderecho fundamental”? Mi abuela hubiera puesto el grito en el cielo, pero a estas alturas yo prefiero quedarme quieta, no sea que el cielo me vaya a responder.

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