Se avecinan tiempos gélidos en mi ciudad.
En mi tierra se dice ¡Llegó Pacheco! Pero esto es otra liga.
Lo más calientico esta semana: -16°C.
Es el invierno.
El que viene a recordarme, cada año, la poesía del refugio.
El gran poeta Baudelaire lo expresa magistralmente: “El invierno evocado es un refuerzo de la felicidad de habitar.” (Dicha Invernal)
Después de más de dieciséis años viviendo en estas latitudes, he conquistado un cierto estado de clarividencia para no resistirme, ni quejarme, cuando bajan las temperaturas o arrecia la tempestad.
El frio es un contratiempo menor y, al contrario, una oportunidad magnífica de mirar hacia dentro, como dijo Carl Jung en una de mis citas favoritas: “Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia dentro, despierta.”
En el invierno me visto para la estación, suéteres, bufandas, gorros, pero a mi alrededor me adornan otras prendas.
El tejido nacarado de los atardeceres glaciales.
El manto luminoso de la nieve.
El terciopelo de las noches calladas, donde sólo a veces, se escucha el ulular de un búho.
El rojo nocturno del crepitar del fuego.
Mientras escribo, el mercurio baja a -18°C.
En mi refugio, me arropo con el calor íntimo de esa felicidad de habitar.
“Cuando el refugio es seguro, la tempestad es buena.”
Henri Bosco