Don Emilio arrastró la silla de madera y cuero curtido hasta el borde de la escalera principal de la casa.
Se podía escuchar la negritud del campo solo. Algunas vacas mugían en respuesta del ladrido de los perros, mientras otras resoplaban intentando dormir. La casa estaba por primera vez en calma desde hace algunos días. Mientras inhalaba lento el tabaco que prendió, veía la llama naranja volverse ceniza, y pensaba ¿y si Doña Concepción hubiese llegado esos días en los que él se entretenía temprano y dejaba de ordeñar, por quedarse en la cama hasta tarde, jugando con las jóvenes ubres sin leche de la niña Rosa?
En la soledad del llano, los gritos no se escuchan, así atormenten. Los animales no cuentan nada, y los árboles son testigos mudos. No hay quien narre la historia de la mañana en que la criada del rancho de Don Vicente le declaró su amor a Don Emilio.
Ahora la juventud de Rosita será regada en las parcelas donde empieza a florecer la auyama, y el olor fresco de su pasión inocente llenará los sucios bebederos de cemento en los corrales.
Doña Concepción llega nuevamente a la finca con sus tres muchachos y consigue solo a Don Emilio, sentado desde la tarde, fumando en su silla en el pórtico de la casa.
Fuma en silencio viendo fijamente el aljibe viejo que quedó solo para darle agua a los animales y la siembra. Para un rato la bocanada de humo en su boca, e intenta escuchar si aquel viejo pozo ha dejado de llorar.
Don Emilio corrió la silla hasta el borde de la escalera principal de la casa. Se escuchaba la negritud del campo solo. Las vacas bramaban
buscando dormir y la casa estaba por primera vez calma en mucho tiempo. Mientras inhalaba lento y profundamente el humo del cigarrillo, pensaba ¿y si Doña Concepción hubiese llegado los días en los que a él se le olvidaba ir temprano a ordeñar, por quedarse en la cama hasta tarde, jugando con las jóvenes ubres sin leche de la niña Rosa?
En esa soledad, los gritos no se escuchan, así atormenten.
El agua logra cubrirlo todo al fin. Ahora la juventud será regada en las
parcelas donde retoña la auyama, y el olor fresco a pasión llenará los
bebederos de cemento en los corrales, mientras Doña Concepción llega nuevamente a la finca y consigue solo a Don Emilio, sentado todas las noches en silencio fumando y creyendo escuchar al viejo pozo llorar.