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El rescate del tomate, por Lucy Gómez

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“Si quieren plantar un tomate, sepan que lo pueden hacer perfectamente en un sitio pequeño y que existen dos variedades muy distintas”

He rescatado a un tomate.  Estaba allí, asomando el tallo con dos hojitas por una rendija del lavadero. La semilla brotó después que hice pedazos a la mamá para una ensalada, seguramente. Lo coloqué en un vasito vacío de yogurt, con unos pedacitos de cerámica rota en el fondo, para que drene bien el agua y un poquito de tierra de jardín que quedaba por ahí.

Se ve absolutamente fuerte y desafiante como lo que es , la hortaliza más importante del mundo. Se producen ciento ochenta y seis mil millones de kilos de tomates al año. Pero nadie hubiera dado mucho por ellos cuando aparecieron en pantalla.

Eran unas fruticas silvestres del tamaño de una cereza, alimento de pájaros en lo que hoy es Ecuador, hace ochenta mil años. Pasaron setenta y tres mil años más antes que los antecesores de los aztecas se la comieran con gusto, porque ya era muy parecidos a los tomates de hoy.

“Tomatl”, le decían ellos en náhuatl. Los españoles no le cambiaron mucho el nombre al llevarlos a Europa, donde al igual que los italianos los incorporaron rápidamente a la mesa. Los europeos del norte y los franceses no se la comían. Sospechaban que era una planta venenosa porque se le parecía a la belladona. La cultivaban como ornamental. No estaban muy lejos de la verdad porque las hojas y los tallos contienen una neurotoxina, que afecta gravemente a algunos insectos.

Si quieren plantar un tomate, sepan que lo pueden hacer perfectamente en un sitio pequeño y que existen dos variedades muy distintas. Una, que agrupa a los que crecen como si no hubiera un mañana y producen fruta todo el tiempo, los indeterminados . Y los determinados que tienen una estatura limitada, generalmente menos de un metro y fructifican una vez al año, durante quince días.

Si no quieres tener una enredadera gigante que crece, crece y crece en tu casa, mejor cómprate un determinado que puede vivir en maceta y aprovecha cuando fructifique para hacer salsa y conservas. Así podrás decir con propiedad que tienes un huerto de tomates.

¿Qué haré con el que rescaté? Seguramente que no es un tomate Roma, el padre de los determinados, sino una enredadera cualquiera. Pero lo criaré.

En lo que crezca unos doce centímetros lo trasplanto a una maceta bien grande, como de medio metro de alto, le pongo un palo de escoba hundido en la tierra al lado y para que no crezca mas que yo, le cortaré la punta cuando llegue a un metro sesenta y cinco. Si no, cuando tenga tomates, para bajarlos tendría que usar escaleras. Con un poco de compost, o humus de lombriz, o estiércol, agua y de seis a ocho horas de sol, tendrá comida suficiente para dotarme indefinidamente de ensaladas y alegrarme la vida con su rojo intenso, sus redondeces y su olor a campo.  Para que no lo ataquen las plagas, bastará con rociarle semanalmente su loción de ajo: una taza de dientes con la concha, licuados en un litro de agua, que después se pone a hervir , se deja reposar y se le atomiza  como si fuera Chanel Número 5.

Lucy Gómez e1647642232444
Lucy Gómez Periodista, egresada de la Universidad Central de Venezuela. Fue jefe de redacción y de la sección política, de varios diarios de Caracas y Valencia, durante más de veinte años.
es experta en el cultivo de huertos de hortalizas y flores.
lucygomezpontiluis@gmail.com

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