
Foto: Bjørn Christian Tørrissen
El último email llevaba mal escrita la dirección. Lo devolvió el servicio mundial que se ocupaba de eso, a pesar de que eran ya poco menos que reliquias. El servicio se volvió tan anticuado como los teléfonos en donde se pedía línea a una centralita.
El asunto es muy noticioso. Aunque no haya llegado nunca a su destinatario, tiene un significado, la despedida a un mundo que se acabó.
Es tan importante como el descubrimiento de cartas escritas en tabletas de arcilla, cuando las primeras civilizaciones humanas. Los emails son objetos de colección, propiedades valiosas, que se ordenan y leen con guiños de pensamiento, ese método para obtener y clasificar conocimiento que se obtiene automáticamente al nacer y que ha dejado aparcadas por inútiles a todas las bibliotecas. Sólo con quererlo sabes lo que quieras, localizas a quien te interesa, te relacionas totalmente con el universo.
Marca un antes y un después. Aún quedan millones de personas aisladas, que por una tara hereditaria no tienen acceso a la técnica o nacieron antes de su invento. Por alguna razón no pueden acceder al sistema humano cerebral mundial.
Para todos, incluyendo a los arqueólogos mentales, ese email es la última señal de vida de una civilización que cifró su riqueza en el conocimiento compartido expresado en bits, en una biblioteca universal, la nube virtual.
Ahora todo conocimiento “compartido” proviene de impulsos cerebrales individuales, que cuando te llegan, son inevitables. Todo es más universal, más oscuro y completo. Más efectivo e imprevisible. Otra arquitectura humana. Comprensión y sabiduría absoluta e instantánea de lo bueno y de lo malo. Menos entrañable que aquellos ingenuos e mails.

es experta en el cultivo de huertos de hortalizas y flores.
lucygomezpontiluis@gmail.com