La connotación negativa del escándalo se acabó.
Ahora lo que todos quieren es precisamente hacer escándalo. Es parte importante del desarrollo de la carrera de los políticos e influencers y de lo que son las dos cosas a la vez.
Lo importante no es ser y estar educado, estar dispuesto a asumir la dirección social y económica de la vida de otros, ser patriota y correcto, con familia y antecedentes presentables, tener una carrera de servicio público y estar bien relacionado.
Si no tienes unas redes sociales con millones de seguidores, no eres nadie.
Y si no das de qué hablar o haces algo escandaloso, como amenazar o insultar, aunque sea a un reportero, no estás en nada. O si no que lo digan Trump y Biden.
Me preocupa lo que tiene que aceptar y hacer un influencer político para legitimarse.
Dar los entretelones de su vida personal, por ejemplo. Provocar, mostrar quién es el jefe, aunque te lleves por delante a unos cuantos.
En ninguna época el escrutinio había sido al milímetro. Hay una intervención constante de jueces casi anónimos, que le pasan un scanner al pasado, presente y futuro de los políticos, interviniendo sin control en los asuntos públicos.
Y unos políticos y asesores respondiendo a ellos en vez de a los millones de anónimos, peleando en el filo de la navaja por seguidores y votos. Nuestros votos.