Hubo una época en la que irremediablemente en Navidad y Año Nuevo, todo el mundo estrenaba ropa. Digo que una época, porque con el tiempo esa costumbre tan latina dejó de ser un mandamiento sin alternativa para mí y hoy me he puesto más bien a revisarla mentalmente, como quien vuelve a ver una película antigua.
Siempre hubo quien seguía las normas a rajatabla y no concebía diciembre sin vestirse de nuevo de arriba abajo y lamentarse amargamente si no podía hacerlo, porque era un mandamiento social ineludible. A tal fin, toda la peña daba vueltas y vueltas por las tiendas o, en su versión más acomodada, mandaba a hacer los trapos nuevos del 24 y el 31 a una modista con bastante antelación, previa revisión de varios figurines.
Se trataba de trajes de “fiesta”, es decir de telas y diseños especiales, muy suaves, muy brillantes o ambas cosas, aunque en la casa no se hubiera planeado sino una cena familiar, porque el quid de la cuestión estaba en la visita a los vecinos de la cuadra, sobre todo para desear feliz año. El sub producto de la vuelta era exhibirse y comentar los estrenos de todo el mundo.
Se complicaba el asunto financieramente hablando para el dueño de la casa, porque la obligación llegaba hasta vestir a los niños, incluyendo zapatos, medias y ropa interior, lo que multiplicaba la inversión, sumada a los regalos de navidad que traían a todo el mundo el niño Jesús, San Nicolás o los Reyes Magos, todo para lograr una apariencia de solvencia.
Con el tiempo y las carencias, dependiendo también del tipo de familia, más o menos tradicional, los estrenos obligados quedaron en el olvido y se limitaron a la ropa interior amarilla o alguna otra costumbre de buena suerte que no tuviera que ver forzosamente con gastar.
Hoy, cuando la moda la dictan las influencers y las revistas top, se encuentran directrices generales como por ejemplo llevar colores metálicos, es decir, el dorado y el plateado de toda la vida. Está más de moda que estrenar, vestir con los tonos que atraerán dinero en 2024… aunque, para salir del paso, al final nos desentendamos y solucionemos la cosa con un cintillo de cuernos de reno o un gorro rojo de Santa para que no decaiga la fiesta…