Lo que me impresiona de esas costas, la Caribe y la Mediterránea es que fueron patio de degüello de piratas, que sus pueblos se reconstruyeron cada vez más lejos de la orilla huyendo de los machetazos, los robos, los abusos, el secuestro de los vendedores de esclavos.
No había lavadora, televisión, cocina a gas y mucho menos celular o aire acondicionado, y las heridas se esperaría que hubieran quedado tatuadas, porque no había manera de borrarlas pensando o haciendo otra cosa. Cero comodidades, cotilleo televisivo, ni denuncias por redes sociales.
Santa Marta en Colombia, fue destrozada veinte veces en cincuenta años. Tramos del Levante español quedaron despoblados hasta entrado el siglo pasado por temor a los traficantes. Cervantes fue secuestrado y esclavizado en la costa catalana.
Pero a pesar de ese maltrato contínuo de casi cinco siglos, en ninguna de esas costas se levanta un museo de recuerdos horribles.
Pero a pesar de ese maltrato contínuo de casi cinco siglos, en ninguna de estas costas se levanta un museo de recuerdos horribles.
No hay culto a la venganza, ni el señalamiento a un descendiente de piratas o a su nación. Sí existen unas fiestas en donde todos asisten, unos vestidos de buenos y otros de malos, la mayoría a ver solamente – eso sí, riendo, bebiendo y comiendo- a un grupo de más de trescientas personas que desfila disfrazado, con armas de plástico o madera, escenificando los ataques. Lo típico es bailar, beber y enamorarse.
Todo eso puede durar desde una noche a días. Hay una docena de pueblos españoles que celebran su propia versión.
Pero ahora que le doy vueltas al asunto, me parece tan extraño que se hayan salvado.
Porque hay otros lugares donde recuerdos como esos son revividos con violencia para no dejar morir la rabia y el odio, a veces con desfiles a latigazo limpio. Se fijan fechas de reuniones familiares rituales para impulsar la venganza, se insta a no olvidar, se imponen normas excluyentes.
Y ahí es donde reivindico a estos pueblos costeños, que aparentemente menos complicados, han sabido hacer algo dificilísimo: librarse de la amargura aplicándose grandes dosis de risa, seducción, baile, música, licor y juerga como remedio anti manchas contra la violencia. Han logrado que amar sea tan, pero tan común como un aviso publicitario. Viven en un sitio donde a nadie le importa realmente en qué crees ni en qué trabajas, siempre que seas buen vecino.
Yo sé que esperan que se despotrique siempre del mundo contemporáneo. Vende más la rabia , el insulto y la denuncia. Pero hoy no, hoy tengo que reivindicar lo que valen esas fiestas de pueblo.
Gracias, me encantó este rescate de la alegría.