Futuro vegetal, por Lucy Gómez

Las plantas son capitales en el diseño de nuestro futuro.  Cada vez más preocupados por nuestros problemas incontrolados de supervivencia, los vegetales ofrecen un camino mejor diseñado, pacífico e interesante para solucionarlos.

Son capaces de detectar a través de su sistema de raíces y sus sensores la intensidad de la luz del sol, la presencia de humedad tanto en el aire como en el subsuelo, los sonidos, los ciclos en que aparecen estas variables, la presencia de depredadores animales, vegetales y virus, por eso se han convertido en un campo de trabajo para detectar enemigos comunes y producir energía.

Una de las primeras cosas que pueden medir es la calidad del aire, de una manera mucho más económica que cualquier detector de tecnología. Un ejemplo es el proyecto de ciencia ciudadana que hizo un primer estudio en España con 5000 plantas de fresa que repartió para estudiar la contaminación. Hoy se hizo con fresas, solo cinco mil. Quizá mañana, cada quien tenga una planta a costo ínfimo conectada a un sistema informático, que avise cuán sucio está el aire. Luego, con una señal se abriría   un purificador, posiblemente otra planta. Respiraremos mejor. Controlar la limpieza de nuestro aire será tan normal como abrir un grifo de agua.

También hay plantas que dan luz. Pueden ser lámparas de mesa o iluminar la calle, mañana quien sabe. El Tecnológico de Massachussets transforma berros en lamparitas, que se encienden por tres horas. En unos años, serán una alternativa al alumbrado por centrales eléctricas. El truco es una enzima con nombre de diablo, la luciferasa, que actúa sobre una molécula de la planta, la luciferina y la hace emitir luz.

Las espinacas anulan minas antipersonales gracias a su finísima capacidad para detectar sustancias químicas, compuestos nitro- aromáticos que se usan en los explosivos y se encuentran en los campos minados. La planta, a la que se le introducen tubos de carbono micrométricos, emite señales fluorescentes para avisar.

Sin contar con la capacidad de hacer que las ciudades se abastezcan por sí mismas, disminuyendo la cantidad de combustible que se usa para trasladar comida de los campos a nuestras casas y abaratando el costo de la vida. Se trata de convencer a la población y a los gobiernos locales, del papel vital del cultivo urbano de hortalizas en edificios y barrios superpoblados.

Apuesto que estas décadas que vienen serán mucho más amables, ricas y hermosas de lo que nos auguran. Es cuestión de dejar de lado nuestro catastrofismo, que siempre augura más violencia, ignorancia y pobreza y darle más oportunidades a nuestra relación con las plantas.

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