Bajo la tierra pasan infinidad de cosas. Conste que no estoy hablando en sentido figurado. A las personas, que siempre viven centradas en sí mismas y no atinan a imaginarse que nada sea más importante que lo que les ocurre, se les escapa que en este mundo hay seres infinitamente más pequeños que también tienen una vida, tan interesante como la que más.
Entre ellas están las hierbas, esas que pisamos sin darnos cuenta. Establecen relaciones e intercambios subterráneos que convendría tomar en cuenta.
Las hay sumamente interesantes, como las caraotas o frijoles. Nos alimentan y también alimentan el suelo. Después de que se siembran, tanto ellas como sus primas, las demás leguminosas, como vainitas o judías, tirabeques, guisantes y toda la familia, dejan el suelo enriquecido con un elemento que existe en toda la atmósfera pero que las plantas no pueden sintetizar, el nitrógeno, que les es primordial para crecer, tener tallos y hojas fuertes.
Como será, que la producción química e industrial de nitrógeno y otros elementos necesarios para que crezcan, fue uno de los pilares de la Revolución Verde, que con la mejor de las intenciones combatió el hambre mundial, aumentando la producción de vegetales en el mundo entre los años 40 y 70 del siglo pasado.
Dejó suelos empobrecidos, poblaciones centradas en el consumo de cereales que inflan más que alimentan, ganado y aves de carne poco nutritiva por consumir cereales de baja calidad. El hambre mundial disminuyó a un costo muy alto.
Las hierbas a las que me refiero, las leguminosas, tenían la solución al problema. Hay unas bacterias en el suelo a las que dejan penetrar en sus raíces, donde forman nódulos, unas bolitas. Establecen una relación simbiótica, ya que esas bacterias que necesitan azúcares, las toman de la planta porque son un producto de la fotosíntesis. A cambio transforman el nitrógeno del aire haciéndolo accesible a la planta, que lo necesita para crecer.
No importa que la hierba muera, porque cuando la arrancan sus raíces ya han retenido el nitrógeno y lo dejan en el suelo. Lo que sembremos después se alimenta sin necesidad de químicos.
Eso se llama abono verde. No sólo se produce al sembrar vainitas, tirabeques o guisantes. El trébol, que se llena de flores de colores, es de la misma familia, como la alfalfa. Así que basta sembrarlas, dejarlas florecer, para que el jardín se vea más bonito, cortarlas luego y dejarlas en el terreno. Todo lo que siembres después, tomates, maíz, pimentones, lo que quieras, tendrá a mano su comida, el nitrógeno esencial.
La revolución verdadera siempre estuvo ahí, consistía en tomar en cuenta las alianzas secretas, esas que se establecen bajo tierra.