Gente que Cuenta

La ceguera del poder, por Victorino Muñoz

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Paul Klee,
Fantasma de un genio, 1922

Basta que una persona comience a ocupar un cargo donde pueda tomar decisiones (desde una junta de condominio hasta la presidencia, pasando por alcaldías y gobernaciones) para que comience a creerse unas cuantas cosas que antes no se creía. Una de esas, nacidas de la nada, es la infalibilidad de su juicio. (Dadle poder a un imbécil y se creerá un genio.)

El que toma una decisión en cualquier situación de su vida, así sea cruzar la calle o comprar una casa, en algún momento piensa, duda, reflexiona, acaso vacila, pide consejo, analiza opciones, en fin, hace lo que cualquier ser sensato: medita, porque podría equivocarse.

Pero el gobernante, hasta ayer un cualquiera, se ve de pronto en una situación donde cree que puede hacer lo que sea porque si se equivoca en nada le afecta a su patrimonio sino al de otros o al del país, por decir lo menos grave.

Claro que la razón por la que ctúa a tontas y locas y toma decisiones sin pensar no es porque crea que esto no va a afectar sus bienes, sino porque de repente su ego ha crecido tanto que no le cabe en la panza: él no puede equivocarse en nada ni nunca en modo alguno. Es un predestinado, ha sido elegido, es el ungido. Todo lo que haga será acertado, porque sí.

Y nadie le hace algún señalamiento, ni le dice algo: que puede estar equivocándose, que así no son las cosas… Pero, ¿quién se lo va a decir? Lo primero que hace un mentecato cuando llega al poder es rodearse de adulantes. (Por más imbécil que sea alguien siempre hay otro que lo cree un genio.)

Estas personas que rodean al gobernante hacen una doble función: primero, le amparan sus desmanes y le sirven de cómplices; segundo, los hacen sentir aprobados (todos necesitamos aprobación para seguir en la vida). Y así, haciendo sentir al poderoso que sus acciones son designio divino, éste se halla a gusto y bendice con su mano divina al perro que agacha la cabeza y saca la lengua.

Desde la altura no se ven nada más que imágenes difusas; se pierden los detalles y las voces se confunden en un solo griterío sin sentido. Este es uno de los problemas de ser monarca. Y por donde van encuentran todo limpio, ya que la gente precisamente barre por donde pasa la reina.

Y acostumbrados como están a rodearse de personas que sólo les dicen las cosas que hacen bien (si es que existen), los gobernantes creen que todo el que los critica es simplemente alguien interesado en hacerlos quedar mal o un conspirador que desea quitarlos de su puesto.

Razón tenía Canetti cuando dijo aquello de que el poder era otra de las formas de la paranoia.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y Página Roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
rvictorino27@hotmail.com
Twitter:@soyvictorinox
Foto Geczain Tovar

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