Sábado en la noche. Una niñita llora a la entrada del supermercado. Le veo la cara a su papá, y me dice: “Es que ella vive con su mamá y últimamente se pone así”…
Sigo a tomarme un café. La máquina se echó a perder. Las muchachas que atienden, me cuentan los reclamos de los clientes, “así como si la hubiéramos echado a perder nosotras “.
En la mesita de atrás, un señor de unos setenta años habla, o más bien implora, por celular. “Se me ocurrió que podríamos vernos……yo sé que estás cuidando a tu mamá, pero si puedes, ¿por favor me llamas?
Sigo. En sentido contrario viene una pareja con un niñito como de cuatro años, corriendo por el corredor de los fríos. La mamá, a modo de excusa: “Tiene la pila cargada a toda hora, y lo peor es que no sé dónde se apaga”. El papá me pregunta de dónde soy y me empieza a hablar en un español machucado, que aprendió en las playas adonde ha ido a surfear….
Compro unas flores y me informan que las arreglan sin costo adicional. Cuando las voy a buscar, la encargada me las entrega orgullosísima y me da detalles sobre dónde aprendió a hacer arreglos. Su satisfacción es tanta, que hay que oírla. Sigo.
La señora delante de mí en la cola, setenta años, obesa, sin más, comienza a contarnos que no encuentra la cartera con sus tarjetas de crédito. “Pero si estaban aquí”, repite palpándose el área del descote…imposible ayudarla.
Me toca pagar. Una gritería, en el estacionamiento. Alguien retrocediendo le abolló el carro a una pareja, que insiste en llamar a la policía.
Discuten a manos llenas, el ring instalado justo enfrente de mi carro. El vigilante y yo formamos equipo de fuerza tarea, y por fin logramos que el pleito siga dos metros más allá.
Al llegar a mi casa, Alfredo me pregunta: “¿Y dónde estabas?”…. “en la comedia humana, ¿dónde más?”