Gente que Cuenta

La dama y los héroes, por Álvaro Ríos

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Pablo Picasso,
Ave herida, 1921

Caracas me encanta.

A pesar de la prisa que imprimen sus habitantes, resulta grato cuando dejo la provincia para ir de visita a la capital. El problema es que usualmente ocurre un evento fuera de lo común, de hecho, la mayoría de las veces regreso lastimado.

La última vez fue horrible.

Tomé el avión de ida, llegué a Maiquetía, abordé un taxi y a las nueve de la mañana —justo a tiempo—, me presenté en el lugar de reunión, una oficina que tiene la empresa en Las Mercedes.

Hasta allí todo bien.

Sin embargo, cuando la reunión finalizó, quise visitar la feria de comida en uno de esos centros comerciales que existen en las cercanías.

Decidí ir a pie.

Al acercarme al cruce de la avenida, advertí cuando una mujer, la más hermosa que he visto en mi vida, tanto que necesitaría unas quinientas palabras para describirla —justo las que me facilitan en este espacio—, pretendió cruzar al otro lado sin mirar. Al darse cuenta de su error fue demasiado tarde: un auto la embistió y la lanzó un par de metros. Quise ayudarla, pero por alguna razón tropecé y caí. Al intentar levantarme, me di cuenta de que un sinvergüenza me había tumbado a propósito y éste a su vez procuró ayudarla.

Me puse frenético, fuera de sí.

—Yo la vi primero —grité.

—Desde cuando las caraqueñas atropelladas son tuyas, ¡imbécil!

Al escuchar la insolencia, y ante el cerco de gente que nos rodeó, me le fui encima, y, a lo Mike Taison, le asesté un derechazo a la altura del ojo. A pesar de que en ese leñazo se me fue la vida, el tipo se mantuvo rígido como una columna de acero. Entonces se vino con todo…

Cuando desperté, lo hice lentamente. La cabeza me daba vueltas y noté que mi quijada residía en cualquier parte menos en su sitio de origen. Me senté y miré hacia el otro extremo. Allí reposaba el culpable de mi desgracia, recostado a los barrotes de una celda.

Mientras trataba de acomodarme la mandíbula, el tipo se acercó.

—No te preocupes —murmuró—, dijeron que te trasladarían a una clínica.

Cuando escuché la noticia me tranquilicé.

Luego de un rato, como para romper el hielo, pregunté:

—Oye, dime algo, ¿qué fue de la dama atropellada?

El hombre me miró, volvió a recostarse a los barrotes y de pronto un torbellino de carcajadas lo invadió. Al cabo de unos minutos, donde lo único que le faltó fue orinarse, de a poco paró de reír. Hubo un instante de silencio y a continuación soltó un quejido enorme.

—¿Qué te pasa? —pregunté.

—Es que me duele el ojo cuando me río.

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Álvaro Ríos. Maracay, Estado Aragua, Venezuela, 1965. Vive actualmente en Barquisimeto, Estado Lara. Es Ingeniero Electricista, Profesor Universitario y Escritor de cuento, poesía y ensayo. Es autor de los libros Sendero de Sombras (poesía), Efimerario (brevedades), Dilemas en el aire (poesía) y Criaturas Mínimas (cuento). Ha sido colaborador de los diarios “El Impulso” y “Diario de Lara” en la ciudad de Barquisimeto. Algunos de sus cuentos han sido publicados en el portal “Letralia”.
alv_rios@yahoo.es

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