A los 94 años Lulucita se mudó a Brasil a vivir con nosotros y su único equipaje fue una maleta mediana donde tenía todo lo que necesitaba y lo que llamaba la atención es que nunca llegó a necesitar nada más.
Yo le compré unos zapatos, porque eran de dos tonos y estaba encantada porque se parecían a los de “su época”, y más adelante otros color vino tinto, porque me contó coqueta que nunca había tenido zapatos de ese color. Eso por consentirla, no porque realmente le hicieran falta.
En cambio el año pasado, cuando fuimos a pasar las Navidades con nuestras hijas, me llevé más o menos el doble de lo que realmente necesitaba.
Es que, si no ponemos cuidado, sucumbimos a la tentación de meter todo lo que se nos va ocurriendo. Después vienen los malabarismos, primero para que la maleta cierre y después con la balanza en modo “móntate primero y pésate, y ahora agarra la maleta y pésate otra vez”, peripecia que dicho sea de paso requiere de ayuda, porque aguantando la respiración para mantener a la maleta en vilo resulta imposible ver cuánto es que está marcando la balanza.
Si nos ponemos a ver necesitamos tan, pero tan poco. Pero somos demasiado necios y el ejercicio de la brevedad no se nos termina de dar del todo bien.
Pero volvamos a Lulucita. Vivió cuatro años con nosotros y creo no exagerar al afirmar que fue una viejita muy feliz y que una maleta mediana fue más que suficiente. Lo demás estaba en su corazón y ahí sí es verdad que cupieron todas sus pertenencias, junto con sus recuerdos, su profunda fe, sentimientos y sus afectos de más de 90 años. ¿Para qué más?