Gente que Cuenta

La medallita,
por Javier David Volcán

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“…besó la medallita que colgaba de una cadenita dorada que le regaló su mamá…”

 

Se había puesto una camisa de manga larga, color melón. Cuando cerró el último botón, que se encontraba a la mitad del pecho, besó la medallita que colgaba de una cadenita dorada que le regaló su mamá. Levantó su camisa, tomándola por abajo, para que entrara el aire, y la templó, queriendo borrar las pocas arrugas que tenía. El cuello se abría a medida que caminaba, y se veía el brillo del santo en la medalla asomarse en su velludo pecho. Guardó la pistola que levemente se asomó por el cinturón de cuero, adornado de una hebilla grande de cowboy barata, muy gastada, pero pulida. Mientras caminaba rezaba, y sobaba la medalla con los dedos pulgar e índice. Pedía perdón. Se arrepentía con una sinceridad convincente. Pensaba en Raúl, su hijo de 4 años a quien le acababa de comprar, hace pocos días, un triciclo con ruedas tricolores, y también pedía por Laurymar, que a sus 16 años estaba esperando su segundo hijo. Terminó de rezar y sobar la medalla. Apoyó el pie sobre el caucho de un carro estacionado, y se ató con fuerza los cordones de sus zapatos. Volvió a templar la camisa, pero dejó su mano sosteniendo la pretina del pantalón. Asomó la Beretta y le sacó el seguro. Pensó en sus hijos nuevamente, recordó en que de vuelta tenía que comprarle comida al perro, y que seguro cuando llegara, su mujer seguiría dormida. Pensó en Dios. Desenfundó sin decir una palabra. Se movía como en los duelos que salían en las películas de vaqueros, en las polvorientas calles del pueblo, frente al bar. Dos tiros, y dos casquillos, que, tras detonar, hacían como cascabeles saltando en la entrada del restaurante. La sangre que empezó a brotar en chorros rítmicos, mientras iba manchando los cuadros blancos del mantel con motivos de Navidad, que vestían las mesas. Dio tres pasos hacia atrás. Guardó nuevamente la pistola, enderezó la hebilla, templó la camisa, escarbó entre su pecho y sacó la medalla. Besó a San Judas Tadeo, y cruzó la calle para llegar rápido a la carnicería y buscar los huesos para el perro, antes de llegar a casa.

Javier Volcan Atril press e1683306033383
Javier David Volcán Romano
Nacido en Ciudad Bolívar. Vivo en Margarita desde 1998
Fotógrafo especialista en el área gastronómica y documental.
Colaborador en El Nacional, Todo en domingo y GastronomiaEnVenezuela.com
Publicaciones editoriales con Libros el Nacional, ULA, El Mercurio de Chile y Miro Popic.
Actualmente, me dedico a la fotografía gastronómica publicitaria y tengo una empresa de distribución de productos artesanales alimenticios.
jdvolcan@gmail.com

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