Gente que Cuenta

Quince años,
por Lucy Gómez

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“…La fiesta acababa de madrugada dejando un hueco más o menos grande en la cuenta de banco…”

Me invitaron a unos quince años y me pidieron que llegara temprano para ayudar… porque soy familia.  La invitación, que pasaba de las tarjetas convencionales y se hizo por correo electrónico, exigía un código de vestimenta.  El dress code era ir de blanco.

Como realmente lo único que tengo de ese color es un outfit viejo de cuando hacía yoga y unas franelas, pedí unos pantalones a mi hijo mayor, que tenía unos de loneta más o menos de la misma procedencia, pero que se veían más decentes, y un suéter.

Le pasaba lo mismo a la amiga que me recogió para llevarme al lugar de la fiesta, que no era ni una discoteca ni el salón de alguna casa, apartamento u hotel. Era un terreno, con mesas clavadas en el piso, propio para hacer un picnic, una parrilla o bailar country, donde la quinceañera, que andaba con un vestido rosa largo, nos esperaba con su mamá, sentadas ante un montón de platos de colores, una bolsa llena de globos y unas bandejas con la comida: sanduchitos, ensaladas, tortilla española, dulces y un montón de refrescos.

Los licores, empezando por el montón de cajas de cerveza, estaban al lado de la parrilla, donde el padre de la niña empezaba a cocinar la carne, incluyendo pollo para los vegetarianos como yo, y algunas papas.

Mi tarea era inflar globitos. Así que me senté en otra mesa con una lata de cerveza, a soplar, soplar y soplar.

Poco a poco fueron llegando los invitados. Casi nadie estaba vestido de blanco, pero a cambio de la infracción traían su propio entretenimiento. Una pelota de fútbol, por ejemplo.

La cumpleañera había cambiado su carita de preocupación, ya que al principio no llegaba nadie, por una sonrisa de oreja a oreja. Por el móvil, del que no se despegaba, le confirmaban, uno detrás de otro, la llegada de todos sus invitados.

La música de “Yo soy la muerte”, el éxito de los ochenta del Gran Combo de Puerto Rico y otras canciones de salsa se oían a todo volumen, mientras ella corría detrás de la pelota con sus amigos por todo el terreno, tratando de anotar un gol, y con una mano se levantaba una esquina del traje para correr más rápido.

La mamá, de gris, lentes, camisa de cuello blanco y collar de perlas, conversaba con sus amigas. Vigilaba que todo el mundo comiera, bebiera y quedara satisfecho antes de las seis de la tarde, cuando había que irse.

La comida a raudales era casi que el único punto de contacto temporal con aquellos quince años que conocí, donde los vestidos de la quinceañera eran largos y blancos, de seda o de tul, ella pasaba muchas horas previas en la peluquería y bailaba el primer vals con su papá. La familia gastaba un dineral en licores y pasapalos, se contrataba un fotógrafo y se pagaba un espacio en las Sociales de algún periódico, estirando el dinero.

La fiesta acababa de madrugada dejando un hueco más o menos grande en la cuenta de banco, que no dolía tanto si los quince años nuestros ganaban en comparación con los de fulanita o menganita. Nada que ver.

Lucy Gómez e1647642232444
Lucy Gómez Periodista, egresada de la Universidad Central de Venezuela. Fue jefe de redacción y de la sección política, de varios diarios de Caracas y Valencia, durante más de veinte años.
es experta en el cultivo de huertos de hortalizas y flores.
lucygomezpontiluis@gmail.com

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