Gente que Cuenta

La última guardia,
por Rubén Azócar

cirugia medieval Atril press
Johannes de Ketham,
Fascículo de Medicina,
1493.
Grabado coloreado a mano

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      Una de mis rotaciones durante mi internado en el Hospital Universitario de Caracas fue en la sala de emergencias. Llegó el último día, un viernes, y tanto mi colega y hermano de vida, el Dr. Humberto Caldera, quien es un destacado oncólogo en la Florida, como yo, recibimos una gratificante evaluación y una nota sobresaliente. Este sábado nos hubiese tocado guardia, pero la rotación ya había concluido, estábamos libres. Sin embargo, Humberto y yo decidimos que iríamos a ayudar por unas horas, pero hasta no más tarde del mediodía, ya que los sábados por la mañana eran de los días más ocupados en la emergencia.

Alrededor de las once de la mañana, llegó información a la emergencia de que se había caído una tarima durante un programa de televisión en vivo y que había muchos heridos. Así que decidimos quedarnos un ratito más. Ese ratito se convirtió en varias horas, donde tratamos cortaduras, fracturas y magullones. Entrada la noche y después de muchas suturas, enyesados y recetas, ya nos íbamos cuando vimos a un adolescente caminar con dificultad hacia la entrada de la emergencia, con una mano sosteniendo su abdomen, obvio dolor y pálido como una hoja de papel.

Lo abordamos y nos dijo que llevaba horas buscando ser atendido, pero que todos los hospitales estaban llenos y le decían que él estaba bien. Pero él no se sentía bien y había pasado la tarde de un hospital a otro, caminando y utilizando transporte público. Lo levantamos en vilo, lo ubicamos en una camilla y procedimos a hacerle una evaluación quirúrgica que indicó sangrado abdominal. Consultamos con los cirujanos y mientras Humberto se quedó ayudando en la emergencia, yo subí a ayudar en el quirófano. El bazo roto era la causa. Después de extraerlo, controlar el sangramiento y varias bolsas de sangre más tarde, dejaba a “mi pacientico” en la sala de recuperación con una nueva oportunidad de vida. Logramos arrancárselo de las manos a la muerte. No sé ni qué hora era. Encontré a Humberto terminando en la emergencia y nos fuimos, exhaustos, pero ambos con una alegría y satisfacción inmensas.

He experimentado grandes momentos de satisfacción profesional, pero este fue tal vez uno de los mayores. Ese día supe que había escogido la profesión correcta, que tenía una pasión por ayudar al otro en tiempos de enfermedad y que ese era también mi propósito.

Es importante examinarnos y reconocernos a nosotros mismos para decidir cuál es nuestro propósito y nuestra pasión, y trabajar para alinearlo. A veces el camino no es una línea recta, tener el norte claro es el principio del camino.

Ruben Azocar Atril press
Rubén J. Azócar es caraqueño, médico anestesiólogo e intensivista, fanático del béisbol y vive en Boston -desde donde escribe- desde hace más de un cuarto de siglo.
rubenjazocar@gmail.com

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