
El Ávila se extiende de este a oeste, a diez grados y medio del Ecuador. La montaña se convierte en el motivo preferente de los pintores del Círculo de Bellas Artes. Desde ángulos y gustos distintos, se concentran a semejanza de lo que sucede con una cámara fotográfica, en magnificar el espacio y profundizar la distancia. El compromiso de fidelidad con la naturaleza para pintar con la más estricta exactitud la exuberancia, los colores y la espesura de la montaña, es el principio que los rige.

Sin embargo, aún son tímidos en el registro pictórico de la naturaleza. Llevaban a cuesta el peso del academicismo decimonónico, y les falta una guía para seguir el camino de la experimentación.

El maestro Luis Alfredo López Méndez recordaba muchos años después que: “La naturaleza venezolana no había existido hasta entonces sino en algunos rincones de los grandes plafones heroicos de Tovar y Tovar. Pero ahí estaban los insumisos paisajistas del Círculo de Bellas Artes (…) para avecinar la pintura a la subsistencia y los seres de la tierra. El Cerro El Ávila, el Valle de Caracas, el Mar Caribe, los araguaneyes, los bucares, los cocoteros, la geografía venezolana y el hombre venezolano nacen entonces para nuestra pintura”.

Los años de gomecismo fueron muy duros para todos los pintores. Los más febriles políticamente, atacaron al régimen y terminaron en el exilio. Otros, los más callados se reservaron sus opiniones políticas y resistieron en el país, haciendo otros trabajos distintos a su oficio y realizando excursiones por toda la geografía nacional en ese esfuerzo de no perder la observación directa de la naturaleza.

El registro pictórico de estos años de Rafael Monasterios y Cesar Prieto, da cuenta de ello. Otros se arroparon a la sombra del régimen para conseguir una beca de perfeccionamiento de la técnica en París.

La presencia de tres artistas llegados al país, revitalizaron y dieron nuevas luces a muchos de los pintores activos en la Caracas de esa época, estos fueron el pintor rumano Samys Mützner (1869-1958), el ruso Nicolás Ferdinandov (1886-1925) y el caraqueño Emilio Boggio (1857-1920), que aunque nacido en Caracas, había realizado toda su obra en París.

La presencia de los tres pintores, con breves permanencias en Caracas y Margarita, produjo un evento de influencias simultáneas con el resultado del reforzamiento de la técnica paisajística que había florecido de la Escuela de Caracas.

De Mützner y Ferdinandov adquieren la libre interpretación de la naturaleza, multiplicando así las capacidades creativas que los sacan del estancamiento. Y a través de Boggio, tienen la oportunidad de ver y analizar directamente, no a través de reproducciones, la técnica del impresionista.
En la pintura de Armando Reverón es donde encontramos irrenunciablemente estos rasgos. La influencia impresionista de Mützner y Boggio, pero sobre todo la impronta de Ferdinandov, quien le enseñó el aprecio por el azul. El azul del fondo marino, el azul que se batía contra la arena del litoral, el azul del paisaje de La Guaira, lugar que escogió para vivir después de una tarde de fiesta en Caraballeda.

