No hay vez que lave una mantequillera sin acordarme de Emilia Vargas, la eterna Emilia que trabajó por años en nuestra casa.
No creo que me lo haya explicado, pero yo la vi muchas veces calentando agua para disolver restos de mantequilla. En aquella época no había agua caliente en los fregaderos y aunque hoy en día es apenas un asunto de girar el grifo un poco más a la izquierda, no por eso pierde vigencia lo que aprendí con ella.
Como tampoco se me olvida que fue mi mamá quien me enseñó a meter las almohadas en sus fundas. No es así no más. Hay que doblarlas un poco para que se puedan entrar en su capucha y después irlas amoldando hasta que queden perfectamente ajustadas.
Otra persona a quien siempre recuerdo es a una española, la Señora López, que nos daba clases de costura en el colegio. No porque ella me quisiera, al contrario, no terminaba de aceptar que yo fuera zurda y que ella no pudiera arreglar ese “defecto” a su manera, pero en todo caso fue quien me enseñó a pegar botones. Son seis pasadas y al final hay que girar el hilo varias veces alrededor del botón. Nunca me quedó clara la razón, pero igual siempre lo hago, me acuerdo de ella y, aquí entre nos, celebro mi primera victoria contra lo tradicional, porque zurda soy hasta la fecha de hoy.
Más adelante, aprendí con mi amigo Tomás, que todo lo que se enrosca cierra girando a la derecha, en el sentido de las manos del reloj, y abre hacia la izquierda. No deja de impresionarme que sea así como una ley universal, porque en todos lados se abre y se cierra igual.
Y ahora que estoy haciendo la lista, no quiero olvidarme del Dr. Leonardo, quien me explicó que era muy importante soplarse primero una narina y después la otra, porque si uno se soplaba las dos al mismo tiempo… no recuerdo qué es lo que pasa, pero en todo caso es una primero y la otra después.
Total, me doy cuenta de que ando por la vida acordándome de las personas que, en algún momento, voluntariamente o no, me enseñaron cómo se hacía esto o aquello. Son como pinceladas de memoria, pero es muy rico, porque van cargadas de cierto afecto y de mucha gratitud.
Traten de recordar de quién aprendieron qué y después me cuentan. Les garantizo que es bien divertido. Ah, y, de paso, denle las gracias, porque lo aprendido, aprendido quedó…