Niño tremendo. Ya a los diez años no lo soportaban en ningún colegio para niños de bien. Su padre, un connotado cirujano de la ciudad, peregrinaba cada año de escuela en escuela buscando cupo para su hijo y descendiendo en la escala social escolar. Había comenzado en un prestigioso colegio de curas, que no por prestigioso el mejor, hasta llegar a un grupo escolar público, después de probar todos los particulares del lugar.
A duras penas terminó la primaria en esa escuela y quiso volver donde los curas para la secundaria, igual no lo aceptaron, y logró un cupo en el liceo de la ciudad; no dio la talla y no terminó el bachillerato.
¡Oh sorpresa! Conoció la marihuana y empezó a fumarla. Por supuesto que antes de él hubo gente que la fumó, pero ninguno se había ganado el título de “el primer marihuanero de la ciudad”
Tenía una virtud, había aprendido a soplar la armónica, siempre la tocaba, y lo hacía bien. Así́ lo conocí, entonando “Mi cacharrito” en la armónica. Esa fue una canción que popularizó el brasileño Roberto Carlos en los años sesenta.
Yo frecuentaba con un amigo un salón donde íbamos a jugar billar. Ese salón fue quizás el precursor de los casinos en la ciudad. Había mesas de Pool y Billar, mesas para juegos de cartas y hasta una ruleta.
Una tarde noche al entrar al lugar escuché la canción y me acerqué a conocer al músico. Un tipo alto, de tez blanca, bien parecido, con el pelo castaño claro, a mitad del cuello, yo diría que de porte distinguido. Me pareció un tipo agradable. Allí solo tomó gaseosas y tocó la armónica. No era mi amigo, pero me caía bien.
Después supe que era consumidor de marihuana y que aumentó el consumo hasta que el cannabis se apoderó de su psiquis, por eso fue llevado a Cuba para desintoxicación. Según me informaron después, estuvo allí cinco años y al regresar siguió tocando la armónica y fumando la hierba.
La ventaja de vivir mucho tiempo es que uno tiene la oportunidad de “ver” la vida de los demás en progresión, como si fuera una novela por entregas. Así me pasó con este jovencito contemporáneo mío. La última vez que lo vi, durante unas vacaciones en nuestra ciudad natal, sesentón pisando los setenta seguía con su pelo largo, y ahora barba y su buen porte.
El deterioro físico no era muy evidente, solo era un viejo más, que seguía tocando la armónica. Estuve a punto de pedirle que tocara el “Mi cacharrito”.