Son mis amigas de siempre, como los perros y los gatos. De esos animales a los que nunca tuve miedo ni traté de matar cuando se me acercaban, esa fea reacción de los humanos cuando se le aproximan los insectos.
Me parecían curiosas y atractivas con su cuerpo a rayas, interesadas por el azúcar de mi café y el olor de mi pelo. Unos revoloteos y ya, volvían a rondar por ahí a buscar que llevarse a su colmena.
Pero dentro de todo, con esa altanería de especie que llevamos marcada en la frente, pensaba que le hacía un favor con no espantarlas, que eran sólo una parte adorable del jardín, con sus alitas doradas y su revoloteo.
Pues resulta que no, que ellas salvan todos los días mi mundo, porque su trabajo, polinizar flores, es lo que hace que coma cada día. No solamente fecundan flores para que puedan dar frutos. La carne que comemos es de herbívoros. Si no hay abejas no hay bistec.
En una colmena media hay sesenta mil abejas. Dos tercios recogen polen y visitan treinta y cinco millones de flores al día. Una sola cubre kilómetro y medio.
Bueno, que lo sigan haciendo y ya está ¿No?
No. Nosotros se lo ponemos difícil. Ya hemos matado a miles de millones de polinizadores silvestres, cuando industrializamos el campo, víctimas de fertilizantes e insecticidas. Ellas los han sustituido.
Hoy, para hacer su trabajo tienen que pasar todos los dias por unos desiertos de hormigón, asfalto y cristales que producen calor día y noche llamados ciudades. Ahí no se encuentran fuentes de agua a menudo, ni muchos árboles donde comer ni refugiarse, excepto en algunas manchas verdes llamadas parques. Las colmenas pelean duro para sobrevivir.
Por eso, sabiendo que mas del 80% de las plantas cultivadas depende de polinizadores como ellas, mantener a mis amigas no es una manía verde mas, sino una necesidad porque sin abejas no hay comida, habría que hacer mas refugios, por otro nombre jardines y entender que el problema es individual porque los gobiernos están muy ocupados.
Hay que colocar en la ventana por lo menos una maceta con una hierba, y regarla para que florezca, hacer un sitio amable para las abejas y empezar a tomarnos en serio lo de conservar el pedacito de universo que nos tocó.