Hay muchos mitos: desde que hay un tipo llamado Santa Claus que se toma el trabajo de dar un regalo a cada niño del mundo – y hay 1500 millones de niños – hasta que existe un sistema llamado democrático, de acuerdo al cual gobiernan los mejores, que siempre buscan el bienestar de la mayoría.
No importa a cuál mito te apuntes. Son agradables, te distraen y emplean lo suficiente como para no pensar en tu día a día.
La idea detrás de los mitos es hacernos creer en algo que nos haga trabajar de forma organizada. Entonces tú, que no sabes nada de eso, pero que te atrae la idea, te dedicas a un trabajo, a un ideal dándolo todo sin pensar en retribuciones. Mucha gente lo hace. Yo lo he hecho.
Uno se dedica al mito hasta que se da cuenta que hay propuestas que se tuercen, que no salen como deben. Las cuentas no salen en lo de Santa o los que creíamos que habría libertad, igualdad y fraternidad para todos, nos encontramos con que no se puede ahora, porque alguien se volteó a última hora en una votación, o esa es la excusa.Una de las excusas.
Se produce la frustración. El mito no funciona.
Eso no es grave en el papel, no pasa de ser un ejercicio político o dialéctico, a resolver en una tarde. Cuando se convierte en cotidiano el panorama se ennegrece. ¿Con que cara le dices a aquellos que trabajas contigo que te has equivocado? .
Y sigue poniéndose peor ¿Porqué seguir trabajando para un mito?. Si hay mas interrogantes que respuestas, ya sabes que pasa. El mito se cae. Puedes echar mano de otro mito, seguir trabajando para terminar el tiempo que te queda antes de jubilarte sin pensar, dedicarte a la evasión o a escribir como se mueren los mitos. Todo vale.