Alirio Díaz – José Pulido
Las aceras son altas y estrechas. Una lagartija pequeña sube la blanca pared como un rayo al revés y durante una fracción de segundo, podría haber revelado un ala de mosca agonizante en sus fauces diminutas de dragón. Surgen como un espejismo de geometría las casas coloniales, el casco histórico, los gruesos muros y sus techos de tejas, adornados con plantas parásitas que se asoman desde aleros y grietas. (Estoy recordando la vez que visité en su casa de Carora al maestro Alirio Díaz).
El sol inicia su escalada y con su ardor creciente repasa con lentitud de horno aquellas paredes, sin poder doblegar la frescura interior de las casas porque aún hay granados, trinitarias, frescores de patio mozárabe. Es la Carora antigua, a unos pocos minutos de que los relojes den las once de la ma...