
En el gavetero, 1936
En estos días de frío he recordado con especial cariño a mi prima Lorena, porque puse en circulación un suéter rosado que ella me regaló.
No fue un regalo cualquiera, fue una chiva, y todavía, por increíble que parezca, tiene algo de su perfume.
Vamos con lo que se entiende por chiva.
Encontré dos definiciones en los diccionarios de venezolanismos. La primera, medio floja: “Ropas u objetos de uso personal de segunda mano”. No. Es mucho más que eso.
Después encontré otra que se le acerca más: “Una “chiva” es un objeto, ropa, zapatos, correas, corbatas, etc., de uso personal, de segunda mano, recibida de otra persona (recibido por donación o regalo).” Un poco más cerca.
Dicho sea de paso, durante la búsqueda me enteré de la cantidad de significados locales que tiene la palabra: En Venezuela, también significa barba, y parece que en Argentina es lo mismo. Para los chilenos, son mentiras, y para los colombianos carros de transporte rural. La lista sigue, pero no quiero desviarme del tema.
Una chiva es una pieza de vestir generalmente de buena calidad, y en perfecto estado, que el dueño/a no quiere más porque ya tiene otra talla, se aburrió, en fin. Quiere librarse de ella, pero no donarla a instituciones de caridad.
Entonces se acuerda de alguien de su entorno y se la ofrece. En el que mencionaba de mi prima Lorena, el suéter es de cashmere puro, lo que lo hacía un poco demasiado para las bolsas de ropa destinadas a los pobres.
Una chiva es algo que se agradece de corazón, porque además de ser bueno y útil, es una muestra de mucho cariño y sobre todo de cercanía. No se le puede ofrecer a cualquiera, porque puede resultar hasta ofensivo. Por eso las chivas se pasan entre hermanos, familia, amigos especiales.
Recuerdo un día en que me estaba arreglando para ir a la oficina, y Cecilia, todavía de dienticos de leche, me preguntó que si le podía regalar un chaleco que me estaba poniendo, cuando a mí me quedara pequeño.
Claro, ella se refería al hecho de que, desde la óptica de quien está en pleno crecimiento, tarde o temprano lo perdería, pero en todo caso, a lo que voy es que ya a esa edad había asimilado la cultura de la chiva.
Lo que ninguna de las dos supimos entonces era que sí, que me iba a quedar pequeña, no porque creciera de altura, sino porque iba a crecer de ancho. ¡Añoro esos días en que los kilos eran tan irrelevantes!

Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com