
Carta de la Justicia de su Tarot,
c. 1450
Un sacerdote abusa sexualmente de un niño y no acusamos al sacerdote sino a la Iglesia. Un policía mata a un joven afroamericano y no se habla tan mal del policía como de los Estados Unidos. Un tirano condena muerte a otros en nombre del comunismo y el culpable es el comunismo. El dueño de una fábrica explota y esclaviza a personas, pero no es él, sino el capitalismo el que debe responder.
Los que así razonan creen que es mejor sentenciar, no al individuo, sino a lo que le instó a actuar. Dicen que a nadie se le puede juzgar por sus ideas. Pero yo creo que tampoco se debe juzgar una idea por culpa de un hombre o de un grupo.
De verdad, nada parece tan simple para escudar la maldad personal que hacerla colectiva, convertirla en idea. Cometo un homicidio y puedo decir que actué movido por mi fe. Juzguen a la fe, no a mí; juzguen a los líderes, no a mí; juzguen los ideales, no a mí. Según esta manera de ver las cosas todo se presenta despersonalizado y no hay ya culpa ni responsabilidades ni nada (o por lo menos no de una manera individual): es el mercado, es el sistema, es el partido, el país, la religión, la cultura…
Pienso que el que no acusa al hombre que actúa mal sino a la religión o la idea, tiene algo en contra de esa religión o esa idea; aunque en el fondo sabe o debería saber que muchos sacerdotes católicos no son pedófilos y hay dueños de fábricas que no son esclavistas. Digo, a lo mejor es que ciertas personas simplemente no quieren que existan esos sistemas de creencias o esas naciones; pero esto a su vez lo convierte en una persona intolerante.
Yo, pues, no estoy de acuerdo con ese modo de ver las cosas. Un hombre actúa como quiere porque quiere: las ideas no te ponen un revólver en el pecho ni halan el gatillo; el que lo hace va por su cuenta, ha tomado una decisión. Y es que también se tiene la otra opción: renunciar a hacer algo que va en contra de los principios, si es que hay tales principios; puedes renunciar a matar en nombre de…
En suma, parece fácil disculpar a alguien personalmente y acusar a la institución o al colectivo o a su sistema de creencias (es lo que veo que mucha gente hace todos los días). Pero lo cierto es que ni las instituciones ni los ideales pueden matar a nadie; lo hacen las personas. Las ideas no tienen corporeidad ni tienen manos ni pueden empuñar un arma, insisto.
Dicen que uno no debe personalizar las cosas. Yo creo que debemos volver a personalizarlas, volver a ser responsables de lo que somos y hacemos ante los demás seres humanos, así como ante los demás seres vivos con quienes compartimos este planeta; y hasta con el mismo planeta.
Si empezamos a ver a los demás como personas, y no como miembros de una clase, de un grupo, de una institución, de un partido, de un bando, entonces tal vez un día podamos tratarlos como personas.

valenciano, autor de Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y Página Roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
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Foto Geczain Tovar