Gente que Cuenta

No hay tal lugar,
por Victorino Muñoz

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Marcus Oakle,
Hora de la fila, 2009

Desde que el mundo es mundo, no hay cabeza, por muy modesta que sea, incluso por conforme que sea, que no haya pensado alguna vez en su utopía personal. Cualquiera va y te dice lo que debe ser y lo que no, en ese su soñado estado de cosas, aun cuando no se lo estés preguntando (y normalmente no se los estamos preguntando).

De esto, se infiere que esa creencia de que estamos en el mejor de los mundos posibles, o de verdad la sostienen muy pocos (tan pocos que nunca he llegado a conocer a alguien que no quiera cambiar algún detalle, por mínimo que sea), o solo se dice de la boca para afuera, cuando no podemos protestar porque no nos conviene, porque lo que nos desagrada, el trabajo o, más específicamente, el jefe, lo tenemos al frente, con los brazos en jarras y el entrecejo fruncido.

En tales casos, a regañadientes seguimos en lo que debemos hacer, sin dejar muchas veces de pensar en lo que debería ser, ese mundo hipotético y soñado. Yo todos los días, apenas salgo a la calle, escucho no a uno, sino a casi todo el mundo, construyendo oraciones con un debería por delante.

Por ejemplo, en la fila para pagar la factura de la electricidad nunca falta el que sabe, no sólo cómo hacer el trabajo de la mejor manera, sino cómo acabar con ese mal (¿necesario?) que es la burocracia, que es lo que ocasiona tanto problema. Porque el utopista improvisado conoce la solución en la medida que ha indagado profundamente, según él, en la causa de nuestros males.

Por supuesto, muchas de estas ideas están pensadas no para arreglar el mundo en su totalidad, porque lo que de verdad desean los que están en la fila es solucionar su problema de ahora y seguir con lo suyo, lo cual equivale a decir a pagar rápido e ir a hacer algo que les interesa o les gusta más que hacer fila.

A diferencia de los grandes pensadores que, según, sueñan un mundo mejor, no para ellos, sino para todos, o por lo menos para una gran mayoría. Por suerte, a casi ninguno, grandes o pequeños, escuchamos o prestamos atención y todas las utopías se suelen desvanecer en el aire, como pompas de jabón lanzadas por niños que juegan (tal parece fuera la intención).

Me temo que las veces que se ha querido materializar alguna de estas ideas maravillosas para arreglar el mundo, al parecer el remedio resulta peor que la enfermedad. Y es que no hay utopía que no engendre su contrario: la distopía.

Tal vez esto termina por confirmar lo que tememos: que no estamos en el mejor de los mundos posibles, sino en el menos malo. Seguiremos informando.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de “Olímpicos e integrados”, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y “Página Roja”, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
rvictorino27@hotmail.com
Twitter:@soyvictorinox
Foto Geczain Tovar

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