Hoy, el deseo de quedar bien y pertenecer se multiplica por la cantidad de ojos virtuales que existen…
Parece que la aspiración común es ser normal. Existen a quienes les importa mucho la aceptación, hacen lo que sea por encajar, y a quienes les importa entre poco, muy poco y nada.
La mayoría de la población se encuentra en el primer grupo. Desde hace mucho tiempo, salirse de la norma hacía problemático dedicarse a la mayoría de las profesiones y oficios masivos, aunque nada impedía que más allá de las horas de trabajo o estudio, cada uno hiciese lo que le diera la gana.
Hoy, el deseo de quedar bien y pertenecer se multiplica por la cantidad de ojos virtuales que existe y los juicios que se producen o creemos que se hacen de nosotros. De allí que el deseo de aceptación tenga una escalada impresionante.
La pretendida normalidad empieza en la crianza. Hay que ser de familias “cool”. Si la mamá o el papá se salen de las normas, que regulan desde el maquillaje a los largos de falda, pasando por el tipo de trabajo, la pertenencia a clubes deportivos o los hobbys, se puede pasar rápidamente de raros a peligrosos, incluyendo el destierro social que indica no ser invitados a cenas ni cumpleaños.
Si te gusta una comunidad en línea y los retos o como le dicen, el “challenge”, sales disparado a inmortalizarte lanzándote un cubo de agua helada encima, a filmarte bailando en grupo, o colgando en la punta de un rascacielos porque eso es lo máximo. Hay programas de tv o series que está bien sintonizar porque las ve “ todo el mundo” . La gente habla y se grita en casa copiando a los realitys . La pertenencia a clubes deportivos produce grupos de fanáticos unos más violentos que otros.
El afán por ser aceptado favorece las pandillas de todo tipo que se han vuelto un problema de orden público. La intolerancia al distinto ha llevado a guerras en el pasado y hoy a ataques físicos por ser gay, no llevar velo o llevarlo, ser extranjero o porque cuando abres la boca, no hablas el idioma adecuado, no eres del club que es o no tienes la piel y el acento correcto.
Pero el remedio, además de la aplicación de las leyes que correspondan si se ha violado alguna, está en nuestras manos. Como ya se habrán dado cuenta, a estas alturas del artículo, pertenezco al grupo que le importa poco o nada ser considerado normal y al que le simpatizan de entrada los anormales .
Por eso y en el interés de preservarnos como sub especie humana, encuentro que un buen remedio es hablarlo y escribirlo, defender el derecho a no parecernos a nadie. Hacerlo con los niños es importante. No dejemos de lado a esa amiga temerosa del que dirán, aquel jefe que ve de arriba abajo al distinto, a ese amigo que considera todo lo que diga una influencer que adora palabra santa, esa madre que inculca intolerancia . Hay que conversar con el incomprendido aunque se ponga pesado. Ofrecer una sonrisa, saludo y respeto en público, sobre todo a los que pensemos que pueden ser discriminados. Lograr que otros sigan ese ejemplo también sirve. Si hay algo que debemos normalizar es precisamente la diferencia.