Gente que Cuenta

Nuestros pudores extremos, por Luli Delgado

Auffray Atril press
Marie-Thérèse Auffray,
La vergüenza, 1942-1944

Mi abuela, una mujer vehemente a más no poder, solía decir que Dios, en su infinita sabiduría, nos había preservado de la capacidad de leerle el pensamiento a los demás.

Y así, cada vez que quería manifestar su profundo desacuerdo con algo, le bastaba decir: “Dios sabe lo que hace”, para que todos entendiéramos.

Si nos ponemos a ver, el pensamiento de nuestras horas de vigilia, que es el mismo que durante el sueño elabora sus tan particulares códigos, son de nuestra más absoluta propiedad y dominio.

Cuando le decimos a alguien: “Sabes lo que estoy pensando?”, por un lado sabemos que no sabe, claro, y por el otro, queda establecido que le estamos extendiendo un puente para que nos diga que no y se interese por saber. Sólo que de lo que se va a enterar es apenas de la versión que para ese momento nos parezca la más apropiada.

Lo mismo pasa con los sueños, con el agravante de que la mayoría de las veces ni siquiera nosotros mismos podemos dar una versión totalmente fiel de nuestras andanzas oníricas.

No creo que haya amigo, pareja, terapeuta o nadie en el mundo capaz del privilegio del cien por ciento del contenido de nuestros pensamientos o sueños, pero aun así andamos por el mundo sirviéndonos a cada instante de muletillas del género “para ser completamente franco” o “sin que me quede nada por dentro”.

No creo que se trate de que seamos una especie de mentirosos pertinaces ni de embaucadores sin salvación. Creo más bien que estos filtros mentales obedecen más a un reducto de pudor que a una intención de maltratar al prójimo, y que en el fondo no son más que otra de nuestras miles de maneras de preservación.

Por eso tal vez es que los recursos como el polígrafo o el suero de la verdad nos resultan tan aterradores, porque parece que nos dejaran desnudos en el medio de la calle.

Y por eso tal vez también la prudencia aconseja dejar pasar, aunque sea contar hasta diez si el caso es muy urgente, antes de soltar sin más lo que nos pasa por la cabeza.

Es que, viéndolo bien, si filtrando ya tenemos tantos problemas de entendimiento, no me quiero imaginar lo que sería sin filtros.

¡Mi abuela tenía toda la razón!

    ¡Suscríbete a nuestro Newsletter!