Nuestros pudores extremos, por Luli Delgado
Mi abuela, una mujer vehemente a más no poder, solía decir que Dios, en su infinita sabiduría, nos había preservado de la capacidad de leerle el pensamiento a los demás.Y así, cada vez que quería manifestar su profundo desacuerdo con algo, le bastaba decir: “Dios sabe lo que hace”, para que todos entendiéramos.Si nos ponemos a ver, el pensamiento de nuestras horas de vigilia, que es el mismo que durante el sueño elabora sus tan particulares códigos, son de nuestra más absoluta propiedad y dominio.Cuando le decimos a alguien: “Sabes lo que estoy pensando?”, por un lado sabemos que no sabe, claro, y por el otro, queda establecido que le estamos extendiendo un puente para que nos diga que no y se interese por saber. Sólo que de lo que se va a enterar es apenas de la versión que para ese momen...