Gente que Cuenta

Potain, Putain!,
por Alfredo Behrens

L. S. Lowry Atril press
L. S. Lowry,
Guindastes e navios, docas de Glasgow, 1947

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      Cerca de mi casa están construyendo un edificio alto. Un tipo en una jaula en lo alto maneja una grúa de rascacielos con un brazo que gira sin cesar. Potain es el nombre de la empresa de la grúa, y eso es lo que pone ahí arriba. Pero Putain, ¡eso es lo que gritaría yo si tuviera que trabajar en esa jaula!

Mientras veía trabajar a la grúa, me tomaba un cognac en el bar de al lado de mi casa y pensaba para mis adentros en el privilegio de poder elegir el tipo de trabajo que hacemos. Hay quienes no pueden elegir. Tal vez sea el caso del tipo en la jaula de la grúa, que seguramente desarrollará un problema de retención urinaria, si no lo ha hecho ya.

Pero en mi reflexión fui cada vez más atrás. En Ilha Grande, un paraíso tropical, me hice amigo de un viejo pescador que un día me invitó a acompañarle a él y a algunos de sus hijos en la canoa con la que visitarían una trampa para los peces. Aunque estaba hecha de un solo tronco, la canoa era enorme. No solo larga, sino ancha. Es cierto que yo era más delgado en aquella época, así que cabía cómodamente en el taburete de la canoa. Y me fui con los pescadores a la trampa. Cuando llegamos, empezó el pesado proceso de recoger la red. El esfuerzo aumentaba a medida que nos acercábamos al fondo de la red, que ese día estaba cargada de un banco de bonitos.

A medida que los vertíamos a la canoa, ésta se llenaba de bonitos vivos que se agitaban con desesperación. Eran tan brillantes como la plata limpia y tan fuertes como son estos animales. Al final del proceso, quise volver a sentarme, pero había bonitos hasta la pantorrilla, e instintivamente me cubrí las partes, temeroso de los dientes de estos bonitos impertinentes. Volvimos a la playa remando a un ritmo alegre, el bonito se había calmado y la pesca había sido buena.

No era mucho trabajo, era agradable, incluso idílico. Pero lo que más me sorprendió fue ver más tarde a uno de los hijos de mi amigo pescador adentrarse de nuevo en el mar con una canoa más pequeña sin tener nada que hacer allí aparte de gozar en el mar.  Me di cuenta entonces de que no había una separación tan clara entre trabajo y ocio entre los pescadores.

Aquel pescador había vuelto a su canoa simplemente para dejarse flotar en el mar. No me imagino al tipo de la jaula subiendo de nuevo a la grúa un domingo solo para sentarse a contemplar el paisaje desde esa jaula.

Alfredo Behrens Atril press
Alfredo Behrens es PhD por la Universidad de Cambridge, ha sido profesor de Liderazgo para grandes escuelas de negocios y publicó o fue premiado por las universidades de Harvard, Princeton y Stanford. Tiene cuatro hijas, y con su mujer, Luli Delgado, vive en Oporto, Portugal, desde 2018. Algunos de sus libros pueden ser comprados a través de Amazon.
alfredobehrens@gmail.com

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