Por cosas del destino, suerte tal vez, me encontraba en Madrid. Mi tía, que se negó a viajar sola, tenía que venir a ver a su hija. Mi prima había tenido un bebé y tía debía quedarse unos días para ayudar en todo lo que se ofreciera, pues el valenciano, su esposo, trabajaba día y noche en un sitio remoto, una base petrolera en el fin del mundo, o algo así…
Cuando llegamos a Madrid, tomamos un tren a Valencia, la dejé allá y me regresé a la capital. La idea era visitar las librerías y asistir a las presentaciones de libros que hubiera por esos días.
Al principio el asunto resultó un fastidio, además, no había llevado suficientes euros más allá de lo que se requería para el hotel y el puchero.
Un día, mientras revisaba una hilera de títulos en la Casa del Libro, escuché cuando una muchacha le comentaba a otra sobre la novela más reciente de Ray Loriga, un autor que ya había leído en los 90s. De aquel tiempo recuerdo las novelas Lo peor de todo y Tokio ya no nos quiere, ambas excelentes considerando que eran de un autor novel.
Paré el oído cuando la chica le decía a la otra:
—Ray presentará Rendición mañana en… —dijo como si el autor del libro fuera su novio, hermano o algo por el estilo.
Tomé nota del sitio y la hora.
Al día siguiente, por la tarde, arribé al lugar. Y aunque había cierto movimiento, el evento parecía tener retraso.
Aun así, la presentación fue un éxito. Alrededor de la novela se creó una nube de expectativas. Compré mi copia y esperé con paciencia para la firma. No tuve que esperar mucho. Me pareció como si la mayoría de la gente que asistió ya hubiese leído la obra y sólo se aparecieron para saludar y conocer algunos detalles.
La gente se esfumó en un santiamén y yo me quedé a solas con el autor. Le comenté que había llegado desde Venezuela hacía un par de días y que había leído algunas de sus obras, que era un placer conocerlo.
—Vaya, qué interesante, tengo algunos amigos en Venezuela… —dijo a la vez que me invitaba a esperar unos minutos para el cierre del acto. Luego iríamos al pub de la esquina por unas cervezas.
Definitivamente estaba de suerte.
Charlamos de todo un poco, de literatura y de cine mayormente.
Hubo un momento cuando le hice una pregunta indiscreta:
—Ray, ¿qué es lo más raro que te ha pasado?
Por un instante se quedó pensativo y después se lanzó con el siguiente relato:
—Sabes, una vez conocí a un chico que era alérgico: polen, polvo, humo y todo cuánto puedas imaginar. Era un joven muy callado, como esos que viven en una campana de cristal, y, qué curioso, también era alérgico a esas campanas. Sus alergias eran como su maleta de viaje. Pero también era alérgico a sus padres, cosa que demostró legalmente y por ello tuvieron que darle una pensión vitalicia. Además, era alérgico a los zapatos, imagina nada más… Le hicieron unos de madera, pero a él le pareció que era como andar sobre ataúdes, de modo que los tiró por la ventana. Una chica que pasaba por allí los recogió y fue a ver de quién eran. El chico abrió la puerta y la chica entró. Los dos se miraron y al parecer cupido andaba por allí. Pero había un problema: la chica tenía caspa, polen y pelos de gato en la ropa y polvo en los zapatos. Sin embargo, se abrazaron, enérgicamente… Luego de un rato el chico murió, pero eso sí, exponiendo una enorme sonrisa de payaso. Entonces desperté.
—¡Caray! Qué sueño tan extraño. ¿Aprendiste algo de eso? —pregunté.
—Sí, claro que sí, pero aún no sé qué rayos podría ser —dijo dejando escapar una carcajada a la vez que chocaba su botella con la mía.