Es otra de mis vocaciones frustradas.
Siempre quise ser detective.
Quizás fue la influencia de los libros que devoraba en el autobús del colegio desde muy pequeña, las novelas de Enid Blyton, escritora inglesa, “Los Siete Secretos” y “Los Famosos Cinco”, un club de niños que resolvían misterios y vivían toda clase de aventuras.
Después seguí con Agatha Christie y ya más adulta, con Sir Arthur Conan Doyle, creador del más famoso detective de la historia, Sherlock Holmes.
Hoy en día, me encantan las series policiales, sobre todo las británicas.
En Venezuela no es tan fácil estudiar para detective, así que la vida me llevó a la ingeniería civil, mi mayor misterio, pues si tuviera que diseñar una choza hoy en día, se caería en un segundo.
Pero esta larga explicación es para contarles que mi frustrada vocación ha regresado con ímpetu.
Más que un trabajo, es un “hobby”, una distracción, en todo el sentido de la palabra.
Todos los días de mi vida confronto situaciones enigmáticas, en las cuales debo abrir una investigación.
Tengo que concentrar toda mi atención, analizar la evidencia, atar cabos.
Yo soñaba, en mi juventud, con resolver un gran robo, descubrir a un asesino en serie, pero no, mis misterios cotidianos son de menor escala, pero no menos complicados.
¿Dónde dejé los anteojos?
¿Qué vine a hacer a la cocina?
¿Cómo es que se llama ese señor que me saludó con tanto cariño?
Me resulta alentador pensar en lo que una vez me dijo un médico, creo, y es que, si uno se acuerda, que no se acuerda, pues no hay problema.
En fin… ¿de qué estábamos hablando?
“Elemental, mi querido Watson.”
Sherlock Holmes