…aproveché ese tiempo para leer una decena de libros que esperaban por mí, así como un centenar de películas, nuevas y viejas
Luego de años de encierro forzado recibo la noticia de la liberación parcial, gota a gota, con la cual no se termina de restablecer la vida normal ni volver a una vida que ya no será lo que fue desde la aparición de la primera víctima del Covid-19.
Comiéndome los ahorros de toda una vida me quedó como anillo al dedo el forzoso cautiverio al cual nos sometían los gobernantes del mundo, cuyas únicas armas contra el agresivo microorganismo eran el lavado de manos, el tapa bocas y una vacunas aún inexistente en no pocos países. Después de 46 años de ejercicio profesional me veía obligado a un ocio que se presentó cuando me dediqué a buscar trabajo. Así que aproveché ese tiempo para leer una decena de libros que esperaban por mí, así como un centenar de películas, viejas y nuevas.
Para entonces sospechaba ya que muy pronto dejaría las fieles chancletas de goma que me acompañaron durante aquellos días para volver al rescate de los castigados mocasines, guardados en lo más oscuro del closet. Lo mismo ocurriría con los shorts playeros, que le darían paso a los antiguos pantalones que no cerrarían por el aumento de peso, ganado en un episodio de esta guerra pasiva contra el infame bacilo que aún manda insolente en continente tras continente.
Comprendía, entonces, sin mucha nostalgia, que esos vestidos y demás atuendos ya no servirían de nada porque el mundo no sería el mismo y la desaparición del beso, del abrazo bien apretado, de los espectáculos de masas delirantes, de todo tipo de restaurantes, de la rumba infinita, del turismo desaforado, del metro repleto, del desempleo masivo y el consumismo desenfrenado, no vienen a ser otra cosa sino los síntomas de que lo que está en juego no tiene nombre.