Yo hace tiempo que no vivo en el trópico, y antes de mi salida diríamos que definitiva, ya había vivido varios años fuera, invariablemente en lugares de cuatro estaciones, más o menos marcadas, pero cuatro sin duda.
Y resulta que a pesar de todo este tiempo, todavía me llama la atención, cuando veo en la calle a un bebecito embojotado en abrigos a quien su mamá pasea en su coche. ¡Tan chiquito y con ese frío!
O a los señores mayores, imaginándolos la vida entera en este vaivén de estaciones. Pobrecitos.
A nosotras nos ponían un suéter casi siempre más para tranquilidad de las mamás que por necesidad real, e invariablemente ya para la hora del recreo nos estábamos ahogando.
El señor de esta casa, en cambio, me cuenta que, de niño, durante las épocas de frío en Montevideo, caminaba sobre grama congelada para ir al colegio. Debe ser por eso que trajo a nuestra vida común cobijas de lana de oveja y abrigos gruesos.
Si a mí me hubiera tocado una infancia así, todavía estaría repitiendo la primaria. ¡Con lo me costaba levantarme temprano, no me quisiera ni imaginar lo que hubiera sido de paso con frío!
Recuerdo una tarde particularmente quieta en Washington. Le comenté a mis compañeros de casa que parecía primero de enero. Saltaron casi al unísono: ¿cómo que primero de enero? ¿Y la nieve? ¿Y el frío? Ahí les tuve que explicar que en mi tierra no existían ni la nieve ni el frío los primeros de enero. No se lo terminaban de creer.
Como yo tampoco me convencía de que había que palear nieve y encima echarle sal a la entrada de la casa casi todos los días. En la mía, se barrían las hojas, y eso de vez en cuando.
Por mucho que han sido más de veinte años viviendo la nueva modalidad, me resulta imposible olvidar que vengo de un país donde básicamente usamos la misma ropa el año entero, y es por eso que sigue siendo para mí novedad eso de ropa y zapatos nada más que de verano y sus contrapartes nada más que de invierno.
Tampoco termino de entender todavía eso de despertarme y ver a través de la ventana un sol radiante, y que del del otro lado haya un frío que pela, o ir a la playa de suéter.
Años y años y todavía es sorpresa…
Las llamadas raíces no se borran así tan fácil. Aquí entre nós, no quiero ni contar la de veces que me he sorprendido viendo hacia la izquierda para saber si viene lluvia. Es que aquí hay un cerro parecido a Petare, y bueno, para nosotros siempre fue una referencia meteorológica infalible!