La historia de Vallenilla es tan triste como puede ser la de cualquiera. Tal vez, el tono en que él la ha contado es la que la hace tan cálida, a pesar de que puede llegar a ser tan melancólica.
Vallenilla se iba a casar. Había ahorrado ya un par de años para hacerlo. Tenía miedo, como todos, pero aun así quería casarse. No soñaba nada en particular para su futuro. Mucho menos esperaba nada.
Amintha, su novia ya desde hacía años, era una mujer sobria pero muy alegre. Con esa alegría como de antes, que no escandaliza ni aturde.
Un día, Vallenilla llegó a casa de Amintha, pero no estaba. A Vallenilla le dijeron: “mijo, Amintha se fue”. No supo qué hacer. Amintha había dejado una carta. Pero Vallenilla no sabía leer, y le daba pena decir que no sabía.
Vallenilla se quedó quieto y no dijo nada. Y al volver a su casa lloró callaíto como era él. Y guardó la carta en una lata de galletas, y aunque en la lata de galletas cabían muchas más cosas, Vallenilla no quiso guardar más nada ahí. Porque decía que la carta se veía bonita guardada en su lata de galletas.